“Cada vez que empezamos a escribir, tenemos a nuestra disposición el mundo, un mundo dado en bloque, sin un antes ni un después” (I. CALVINO)
La discontinuidad de la nota remite plásticamente a lo uniforme de la creación (a su carácter inacabado e interminable: a su estatuto de ilusión).
Pegotes de cera seca sobre el tapete: posibilidad malgastada en la mañana gris, gris y calma.
A trompicones se desenreda la madeja de los sucesos: una cascada por cada retortijón.
Con firmeza se atan al palo mayor
el que acertó y el equivocado:
desde su acantilado, las sirenas
no podrán diferenciarlos.
La titánica tarea de elevar el día a día al rango de acontecimiento cósmico—la misión de redimirse pelando una patata, o limpiando una sartén.
Entono mis cantos a capella, como invitando a los céfiros a acompañarme.
Viejo para esto—niño para todo lo demás.
La acuidad que cultivo para el análisis de las partes, la menosprecio a la hora de la síntesis final.
Aunar en un mismo trazo / la sensitividad doméstica de una Dickinson y el aliento epopéyico de un Hölderlin —sin perder por ello ni la voluptas del hogar ni la antártica musculación.
El momento inmediatamente anterior al hecho, yo lo venero como un tótem en el que mis sueños arden y se consuman.
Un puñado de frases al levantarse protegerán tus riñones a la hora de caer.
Los coturnos del mensajero, en la mano yo los llevo.
En toda frase aislada y fuera de contexto, el silencio más importante es el que bulle dentro.
Adoptar verídicamente una identidad falsa, o mentir por sistema acerca de la propia y auténtica —en ambos casos, elevarse a la condición de pura hipótesis no contrastable.
Morosamente preparar / la rauda partida.
Volverán las alegres golondrinas
sus nidos a abandonar, en busca
de otros aires, menos propicios
y más joviales.
“En cuanto escribo la primera frase, mi angustia me deja algo parecido a un regusto de sollozo ante una rosa mustia, pues veo que mi mundo ha quedado de inmediato acotado” (E. VILA-MATAS).
“Mi angustia viene de mi deseo de ser yo distinto cada mañana, alguien no atado a la primera frase de sus escritos”.
Para el aforista, toda frase es la primera frase (y la última).
Zig-zag: onomatopeya del movimiento que describo para lograr mis propósitos (zig: hacia delante; zag: hacia atrás).
¿Rutas? Unas hacia el norte, donde siempre llueve; otras, hacia el sur, en el que nadie usa bufanda: en cualquier caso, lejos / de la equidistancia en que se halla / esta tierra seca y desolada —muy fría para la abulia, muy cálida para la fruición.
Edénicas vivencias, las que criaste
en la isla ancestral, en pleno núcleo
de la Tierra sagrada:
capítulos de luz
en una novela de brasas.
Odioso, este estado: demásiado débil como para alentar tranformaciones, demasiado vigoroso como para acoger el ensueño —ni animus ni anima, ni chicha ni limoná.
Entre la bruma segregada por los automóviles, acierto a distinguir / los perfiles decididos del andarín.
De tanto modelar con mis dedos la cera caliente, he perdido en las yemas toda sensibilidad.
El flujo de la energía ignora los cauces que le brindamos: su jerarquía procede de abrirse por sí mismo el camino, de alzarse / de entre la nada hasta el picacho.
“¿De dónde proviene el suave impulso que incita al alma al movimiento y la echa a andar, condenándola a no detenerse nunca?” (V. NABÓKOV).
Las viejas estampas —amarillas cuando duermen en la sombra— al salir a la luz, crepitan.
Huellas en el cristal: vestigio
de lo que va a pasar.
Sólo cuando recobres la voluptuosidad de la clausura podrás volver —ermitaño mental— a soñar con los espacios abiertos.
La dimensión activa de la recepción es de tal naturaleza que, cuando reconoce una estructura cualquiera, se cree que la ha inventado ella, ¡la muy mezquina!
En la precariedad del castillo / de naipes subyace un indisimulado / orgullo no abatible.
La automutilación, cuando es reversible, puede considerarse como una especie de enroscamiento.
También los muelles (calculando la próxima distancia) se retraen.
Un delicioso juego nostálgico — Una inveterada tendencia a la conmemoración no ocultan — la audacia consustancial a todo viaje interior — descrito tierra adentro.
De nada sirve que haya cera en abundancia, si la mecha cuelga exangüe / fuera de la palmatoria.
Mañanas perdidas,
sin brújula—estrellas
apagándose, como cantando
el himno primero del revés.
Despertares
que ni abren ni se cierran:
bisagras oxidadas,
y chillando.
No hay ningún misterio en tapas con el cuerpo la trayectoria de la luz —nula esperanza, la de quien se interpone / entre el espejo y su reflejo, entre el ser y la nada / imantada de su adiós.
La intensa sensación de justicia que me proporciona una cortina de lluvia perfectamente tendida.
La planta situada justo enfrente de la escala principal, ¿cómo la llamarías, sino postración?
Lamentos
llamando a la insurrección:
no otra queja
de cabestro, sino alarido
previo a la descarga.
No importa cuánto te sumerjas en el cieno de la charca, a condición de que tu boya se mantenga inmutable en superficie.
Si no estás emergiendo, es que te hundes más y más.
Aborrezco el exterior
por mí no conquistado:
plano, diminuto, seco,
en sus cimas falsarias
no consigo respirar.
Tantas muertes como resurrecciones: en el saldo del eterno adolescente, ninguna claudicación es definitiva —ninguna conquista, permanente.
Cesa la lluvia, irradia el sol: en círculo se desenroscan / las babas del otoño, más chocho que nunca.
Por aquel entonces, la claridad restallaba / en el hueco fehaciente de mi ardor —ya, no.
Para darse a la vida contemplativa, es preciso que no haya nada que ver / entre el espectador y el espectáculo.
Aunque tengas la porosidad por el estado mágico del ser, piensa que la laguna, para retener su agua, debe poseer un fondo impermeable.
A medida que uno se aleja del eje de simetría, va aproximándose al punto crítico en que, paradójico, todo se revierte y cambia de signo.
Únicamente en la hipótesis no sustentada en el dato cierto — sólo entre los vahos de lo que quiere ser y aún no es, percibo el aire limpio de la mañana.
Cuando los acontecimientos van encajando, no es necesario buscar la adecuación fuera de las guías.
Comoquiera que, para mi espíritu emprendedor, la mera posibilidad posee plena categoría de realización, cuento los fracasos por triunfos —las semillas, por frutos ya maduros.
No quemarse: seguir acogiendo las insinuaciones como propuestas en firme —sin escarmentar de la demostrada propensión a abdicar, a no cumplir, a disolverse los mejores presagios).
Si de algo puede jactarse este Proteo es de no supeditar sus cambios a la perspectiva del beneficio: mutará tanto si gana como si pierde con el cambio.
El arquetipo, la leyenda viva del impostor, alcanza en mi persona el rango de esbozo sin pulimentar, de borrón y cuenta nueva, de acorde inicial y no prolongado.
Con la misma sumisión con que acepto el sucederse de las nubes y los claros, he de admitir / los vaivenes del transbordador en que viajo —medio cuerpo dentro, medio suspendido por la borda.
En el torbellino extático de las opciones irrealizadas, yo hallo la clave para seguir aguardando —una puerta más lejana, un pasillo hacia la inmensidad.
El deber de esperar—el derecho a precipitarse: ¿de qué lado se va a inclinar / la balanza infame de la ocasión?
Una frase sin una sola imagen, sin el consuelo de escaparse el sentido en dirección vertical, es como uma vía muerta / justo después de salir de la estación.
Hasta que no me aparto, no comienzo a participar.
Eso que tú llamas trayectoria errática, no es sino el rodeo que doy para hincarme en la diana.
La línea recta es el camino más corto entre dos puntos, pero el más hermoso / es el caracoleo.
“Los hombres virtuosos y devotos van al cielo, pero el camino que siguen los Despertados es otro: van más allá, como un fuego que poco a poco quema todo vínculo” (J. ÉVOLA, La doctrina del despertar).
No es que el autarca mande solo: es que lo hace únicamente sobre él, y a sí mismo se obedece —de ahí la extraña mezcla de fascinación y rechazo que suscita en los que se atienen a las órdenes recibidas, estricta mente.
El éxito es patinar sobre un estanque helado: sólido por encima, líquido por debajo.
Quien carece de rey, desconoce la realeza: su modo de elevarse hasta el cénit es hacer el vacío dentro, y calentarlo.
Vagabundea el espíritu, no en busca de un lugar en el que por fin asentarse, sino para huir de cualquier identificación del aquí-y-ahora con el todo-únicamente-esto.
El empeño en ubicarse te deja sin hogar—la ansiedad por hallar el camino acaba por arrojarte a la cuneta. ¡Deja de buscar, deja de buscar!
La cortadora de césped sólo cercena los capullos de las flores que sobresalen del ras, pero respeta a las que se quedan por debajo.
Leves destellos—palpitaciones endógenas: llega el frío, vuelve el candor / a recogerse en su nido.
Otoño al fin: despega el vuelo / recóndito del sueño.
Utopías de una tierra en la cual las estaciones se sucedieran sólo por dentro.
Una vez abstraído de los engranajes del mercado, cualquier transacción me resulta ajena: si por defecto de demanda, como ofensa; si por exceso, como agresión.
Clamar en el desierto, no por una respuesta, sino por volver a escuchar / el eco de mi voz, rebotado en las montañas.
Si quieres degustar de nuevo el caldo ancestral, tendrás que poner primero / el puchero a calentar.
Volverán los iconos a irradiar
luz enderrededor, empapándolo todo
y elevando tu desdicha hasta el altar
de mármol, madera y oro.
La primacía del ensueño reside en su carácter incondicionado —pero, ¡ojo! No que surja de la nada, sino que con nada se comprometa demasiado, conservando así su naturaleza grácil, acuosa y escurridiza.
Es vital, para poder perseverar en el estado de emergencia sagrado, plasmar las palabras en pleno vuelo: nada de esperar a que se posen en la rama, ni menos aún que caigan abatidas hasta tu mano, abierta / de par en par, sepultura llena de gusanos.
Escuchar una y otra vez las mismas melodías, meticulosamente, hasta percibir / a lo lejos la sorda armonía que se puede aprehender.
Entre caos y caos, episodios / breves de orden aparente—calas tranquilas donde evocar / la indeterminación del inicio, el bostezo primordial.
Si el ser se “arranca” a la nada es para poder reintegrársele después muy lentamente, y con dulzura de hijo pródigo.
Así como la Tierra se recubre de una capa contra la cual los asteroides se desintegran, también el espíritu opone cierta resistencia a la penetración.
Incluso la escritura más rutinaria y funcionarial posee una densidad de experiencia superior a la más profunda de las lecturas —ni que sea por el mero hecho de proyectarse, en lugar de esperar.
Con qué facilidad se desvanece el aroma que tanto esfuerzo costó destilar: ya sólo por eso, deberías preferir los frascos tapados, los paisajes sin perspectiva.
Sólo las palabras lanzadas al viento pueden especular con la perspectiva insólita del vuelo.
Es el silencio, el nido del pájaro—no de su ensueño, ni su canción.
Con la suave gasa orquestal que la envuelve, la voz anodina alcanza la categoría de revelación: así también / tú has de vestir tus soliloquios, sensiblemente.
Lo fácil (esa categoría tan denostada por los cultores del sacrificio y la automortificación) no es más que la cara visible de lo adecuado.
El arduo equilibrio entre el modelo y su reflejo suele romperse / por el lado más sólido y pesado.
Con los brazos cruzados / aguarda el malhechos la erección de la horca / donde, al alba, ha de flotar.
¿Dónde queda la Isla de la Calma, que otrora fue mi hogar y apenas ya se asoma / en un efímero trasluz, en una melodía o un aroma / entre famélico y arrobado?
“El héroe mitológico es el campeón, no de las cosas hechas, sino de las cosas por hacer; el dragón que debe ser muerto por él es el monstruo del statu quo. La acción del héroe es un continuo quebrar las cristalizaciones del momento” (J. CAMPBELL, El héroe de las mil caras).
Cada paso imperceptible en dirección a la salida ensancha varios palmos el marco de la puerta—hasta que, el día menos pensado, su dintel se te vuelva / arco de triunfo / de nuevo hacia la nada.
Inspiración es apertura de los grifos hacia el interior (mientras los ojos siguen mirándolo todo).
Las compensaciones secundarias únicamente satisfacen necesidades de tercer orden, e inferior.
Que la palabra semitachada quede medio legible como monumento a la senda trucada en plena marcha.
El punto de luz al final del túnel se ensancha
con la proximidad de la mañana: clareamos
el día y yo
a medida que nos desplazamos.
Este peregrinaje no tiene otro final que el final de todos los viajes: hacia él me dirijo con resolución, consumiendo todas las etapas (una por una, y sin dejarme nada).
Esperanza, tú sólo desfalleces por efecto reflejo de quien no te sostiene: por tí misma, eres opaca.
Los cambios acelerados de fuera enmascaran la sutil transformación perpetua del interior.
Días frente al frente marino: esperas de nada—consunción antes de la petición del último crédito: el que te ha de arruinar.
Darse a valer implica: ignorar el precio pagado.
Conservar la percepción lo más despejada posible—mantenerse expectante, y recibir las señales claramente: no otro es el deseo de este pararrayos humano.
Me asfixia la cosa bien hecha: por el interior de la chapuza, en cambio, corre el aire a espuertas.
La indefinición contenida en la palabra precisa sólo es comparable a la exactitud que bulle en los silencios prolongados.
No hablará el magistrado—nadie va a postular el veredicto no solicitado: seguirá impune el acusado, por los pasillos patinando el animal.
Tantas veces como resucites, volverás a ser crucificado, ¡oh insistente! ¿Acaso no conoces la implacable ley de la ascensión y la caída?
Volverás a incorporarte—Volverás a caer: tal es el lema del espíritu desubicado
(nunca en su sitio propio, sino proyectando hacia afuera su morada).
Para reposo, el del foso: yo asumo los inconvenientes de nacer / un día sí y otro también.
Lo importante no es dejar de tropezar, sino seguir levantándose a continuación— sin deudas ni rémoras: puerilmente.
No la llames futilidad, si te dio de comer cuando estabas hambriento—no la deseches como inánime, a la memoria fúnebre: ella continúa / nutriéndote en la distancia.
La conmemoración mortífera y vivificante, yo la practico con el apego / desolado del vagabundo.
Como el pelícano, en la penuria yo me alimento de las viandas que voy regurgitando.
El rumiante de los enigmas indescifrables nunca masticados veces la misma respuesta.
Cuanto más elevada, tanto menos precisa es la fuente de luz reconcentrada—no así la del astro fundamental, pura expansión equitativamente aplicada y distribuida.
Ser capaz de decantar una imagen de una visión, una palabra del transcurso anodino de los sucesos—un valor de lo absolutamente marginal y un sabor de lo insulso: conservarme pretendo.
Basta con derribarle la pared que se yergue frente a sus morros para que el barco varado en puerto vuelva a pensar en navegar—incluso en pleno dique seco.
La diferencia esencial entre un artista y un artesano es que éste jamás coquetea con el error.
Repite las frases tantas veces como sea necesario, hasta dar con la melodía ancestral—la nunca oída del todo.
Tamborileo en la superficie amorfa—repiquetear en busca del contacto primero, del estalllido inicial.
Yo no huyo: yo me alejo —o mejor: me separo.
Que nadie quede que pueda dar testimonio: que la desmesura, quienquiera que la protagonice, permanezca insepulta —ni asumida, ni interpretada.
Léase lo discontinuo sin interrupción, y se hará tangible la homogeneidad subyacente que sustentó su creación —anónima y callada, allá en lo hondo.
Las múltiples fugas confieren al vagabundo / una extraña identidad retrospectiva —de la cual él mismo (espíritu abocado hacia lo abierto, e irreflexivo) nunca se habrá de sentir por completo responsable.
Estas frases no pueden ser rescatadas en modo alguno, pues si las escribí fue para que me arrastraran con ellas hasta el limbo.
Una vez sumergidas sus raíces en el medio informe, las ramas exangües han recobrado el vigor de entonces.
La ingravidez sólo se le concede —divino privilegio del volumen sin peso— al cuerpo dispuesto a llenarse de vacío y despegarse de sí mismo, etéreamente.
Cambio de piel para no hacerlo de chaqueta.
Espíritu de la flotación, tú nos conduces / indirectamente a nuestro origen semiaéreo, semiacuático —en cualquier caso, invertebrado.
Son preferibles las mutaciones integrales, pues tras su espectacularidad dejan intacto lo esencial —ese trasfondo sin forme que no puede cambiar, porque siempre se está transformando.
No es en las hojas donde expresa una planta su tono vital, sino (invisible) en su raíz.
Del seco tocón ascienden —insumisa verticalidad— unos brotes apenas verdes.
La referencia lateral explaza directamente al centro de la circunferencia —no así la expresión franca y sin tapujos, que nunca acierta por exceso de evidencia.
La lealtad a uno mismo cobra un extraño sentido cuando la observa el agente doble —ese que trabaja en contra del personaje, pero a sueldo del espectador.
El tonel que ha de vaciarse a grandes chorros, debe irse llenado gota a gota.
Es acrecentado el suelo que pisas, haciéndolo más y más sólido y esencial, como abrirás la gran sima que comunica con el centro del mundo —agua de cielo para ti, pozo negro para los demás.
La impaciencia ante los frutos no hace más lento el discurrir del limonero.
Me interesa menos cómo la ficción deviene real que la forma en que la vida se vuelve ficticia: por ello, quizás, prefiera la (auto)biografía a la novela.
El otoño desciende muy poco a poco sobre las cabezas de mis otros yoes —los que fui y los que seré: no sobre este que ahora no existe, y se limita a esperar su resurrección a la otra vida (la de las estaciones en su apogeo y el temblor sobre la piel).
Cada instante nuevo es una opción menos / para la reinvención completa en otro lugar, más lejos.
Trazando planes en el vacío recobro / el vértigo iniciático de los primeros tiempos: los del quizás y el aún no, los del ya se verá y el nunca se sabe.
La virtud vivificadora del retorno al punto cero—tan sólo comparable al alcanzar la máxima cota.
El ungido, en realidad estaba embadurnado / todavía del líquido primordial: de ahí su aspecto cándido y monárquico, casi casi celestial.
Unas palabras para la posteridad—un par de huecos para ahora mismo: galerías de castor.
El aparecido fue dado por muerto, hasta que revivió / con idénticos estigmas en el otro lado.
Ya viene el frío—ya regresa la conciliación de las ventanas cerradas.
Se agotaron los últimos cartuchos en la caza menor del conejo de la dicha: ahora deberás retomar la persecución / armado tan sólo de un tirachinas.
La asfixia de la proximidad sólo se cura con una dieta de distancia simbólica, y no sólo material.
¡Respirar! La única apuesta del buceador futuro.
¿Y no desesperáis de ver tan sólo?
Quemar esencia, no: calentarla / para que devenga evanescente.
El único ejemplar que es pez y pescado al mismo tiempo es el que sobrevive en la pecera.
Al espíritu incondicionado, invitarle a hacer algo que quería hacer es como obligarle a hacer algo que no le apetece.
Elucubrando salidas pongo un pie fuera, y la mente se aleja en mil direcciones distintas / en una orgía de posibilidades que ninguna elección podrá nunca colmar.
La verdad está reñida con la cacofonía.
Perdiste el don de la ebriedad —¡oh voluptuoso contacto con el devenir!— y ahora mendigas en las puertas de los templos / una copita de éxtasis.
Anticuado, fuera de época, anacrónico: asomado al fondo del pozo del tiempo, escucho rugir las tripas del mundo subterráneo.
A medida que avanzas en el conocimiento, retrocedes en la superstición —¡ay, ruinoso trueque, el del análisis que no desemboca en la plena comunión!
Ripios de la extinción.
Recreo la música de las esferas en estrofas cuadradas, como si en su interior irrelevante ellas pudieran recobrar la movilidad antigua.
El sonsonete inconfundible que desprenden las palabras no inspiradas —medio emergentes, medio enterradas.
La pérdida de la intimidad se traduce en la imposibilidad de mantener / contactos con lo inmenso.
Prosa cansada, sin apenas imágenes: memorial de agravios a resolver / administrativamente.
Métrica del agotado: ritmos que no hacen danzar.
Preocupado, ocupado o desocupado: tú eliges libremente tu estado.
Las transformaciones de las demás
las asumo como propias: cada una
de sus heridas, me las infligieron a mí
salvo la de existir ahormado por completo
a mi experiencia, a mi identidad.
La inspirada
los caminos atraviesa
transversalmente:
así los secciona,
como quien con habilidad reparte
un solo pastel entre mil bocas
convalecientes.
Si no cambia el escenario, si no muta el decorado
Si la obra es la misma que la del año pasado
serás tú, convertido en espectador, el transformado
Los reflejos se multiplican por doquier / cuando la fuente de luz es lo bastante intensa, o precisa, o convincente.
Aquel referente en cuyo lugar la metáfora se muestra, ella lo ignora por completo: su tarea consiste en la usurpación / impune de un cadáver inexistente.
Vagamento yo
en los gestos antiguos me reconozco:
sólo el guión ha cambiado
—menos horizontal, y más propenso
a buscar la escalera a la azotea.
La infestación de los movimientos reflejos—la insignificancia adueñándose del escenario—lo anodino elevado al rango de único acontecimiento.
Proyéctate: lanza
tu mente tan lejos como quieras
llegar pasado mañana.
Tantas veces has de morir como nacimientos hayas protagonizado: sólo quien se mantiene en la iluminación ignora la rueda intencional, la de los significados.
¿Cómo vas a retener
el aroma del aceite de magnolio
en una habitación
con las ventanas completamente abiertas?
En el teclado del piano antiguo, siguen intactas
todas las teclas de antaño: las melodías extintas
duermen como bebés en su blanco regazo.
La inflación de limitaciones suscita la apetencia de lo incondicionado / cuya experiencia nos subyuga y desanima: sólo en el trayecto, sólo en la oscilación / cobran los estados apariencia de vida.
Minutos dorados / por la refulgencia de una vela interior: un instante apenas / digno de ser loado.
Mi gozo, en un pozo
cuyo fondo no alcanzo a vislumbrar:
desd aquí es tan remoto
que lo hondo lo veo alto
y lo telúrico, solar.
OTROS TEXTOS DEL AUTOR EN:
http://www.sapiens.ya.com/joseluistrullo
Es el momento del penoso lamento, de la falta,
de la queja por la ausencia del contento
que en lo ínfimo yo encontraba
mas ya no,
no mientras no abra
de nuevo las ventanas: la de amor,
que todo lo une, y contento,
que lo mantiene en conexión.
"Se consume el Ave Fénix
tornándose ceniza, pero también
se transforma, reapareciendo
después en todo su esplendor,
y más bella que nunca"
W. VON ESCHENBACH
Mimetiza el viejo actor los gestos de siempre, por si el apuntador decide al fin comparecer y susurrarle el texto olvidado (ése, el que les transportaba).
La confianza en que, de un momento a otro, caerá la antigua luz sobre mi cabeza extraviada, me induce a seguir nadando en plena noche (tronco a la deriva por la charca infestada de parásitos).
La fe del carbonero se pone a prueba cuando, tras mucho cavar infructuoso, sólo consigue acarrear arena.
Acumulando imágenes mates, ya sólo aspiro a la emergencia postrera de la LUZ.
Si no dispones de un espejo en el que contemplar tu antigua imagen sagrada, confórmate con evocarla (corregida y aumentana) en el azogue blanco del recuerdo.
La pregunta no es tanto lo que, en efecto, eres sin alas a la espalda, sino lo que, presuntamente, fuiste con ellas desplegadas.
Cuando un fluido cristaliza, se vuelve quebradizo y se rompe en mil pedazos con gran facilidad.
Topetazos perfectamente materiales contra mis propios límites ilusorios.
Si este Prometeo está mal encadenado es porque él NO cometió heroicidad alguna, ni robo en nombre de nadie, ni siquiera una triste transgresión con la que purgar su desproporcionado castigo.
La insuficiencia apela a la suficiencia, la llama a comparecer y, de este modo, la alimenta y le proporciona una guarida para cuando decida resplandecer de nuevo.
Ligeramente encorvado, me aboco al pozo de mis deseos, a la página en blanco donde yo no estoy pero sí existo
Imagen creada por José Luis Trullo
http://www.sapiens.ya.com/joseluis67
e-mail: joseluistrullo@yahoo.es
“La soledad se vuelve redonda al contemplarse” (L. Velasco)
Desde este éxido sigo evocando / las estampas edénicas que —muy al final— han de revivir.
Ritual conmemorativo: para retener y para provocar el regreso, la comparecencia ulterior.
Sin fuerzas para la fuerza, todo consiste / en seguir atesorando grandes dosis de debilidad, tal vez / para inclinar de mi lado la balanza.
Convocatoria para la espera. Requisito único: negar todo lo que ocurre con el fin (inversión lamentable) de afianzar cuanto pasó.
Quejas y remilgos: pústulas del arquero / cuya diana está a la espalda.
El “trabajo indescriptible” del que habla Rilke en El testamento carece de objeto o resultado final: no da fruto, tan sólo florece. No se reduce tampoco a una técnica concreta, o a un repertorio de trucos de los que echar mano en caso necesario: se trata más bien de una disposición, de un modo de ponerse manos a la obra y, sobre todo, ojos a la contemplación. El “trabajo” rilkeano (el poetizar, claro y preciso pero, a un tiempo, leve y casi imperceptible) es tanto un hacer como un dejarse hacer: una interpenetración en la cual no es posible discernir cuándo empieza el trabajador y cuándo lo trabajado. ¿Cómo podría decirse, sin pulverizarlo? El trabajo indescriptible es un ser vivido, viviéndolo, y callándolo.
De los estragos causados por exceso de indulgencia, nadie exigirá la razón: pero son los que más duelen.
Inconsolable / por su misma falta de permeabilidad, deambula / el matarife por las afueras.
Si de la extrema postración (= indigencia + falta de grandeza para asumirla como propia) surge una columna de luz, por favor, que apunte hacia atrás.
Las correspondencias que antaño se entablaban entre fenómenos remotos, ahora permanecen en una bárbara detención —quién sabe si aguardando o definitivamente desahuciados.
De tanto que llegó a estirarse buscando la última cota, el muello ha acabado (flojo e indolente) perdiendo su mágica capacidad de retorno.
Reincorpórate: sé lo que eres, pero en tiempo activo (ya no expectante, sino motriz).
Sin el fuelle que inyecta el aire dentro del horno de tus entrañas, no hay martillo que domeñe / el hierro endurecido de la espera.
Ya sólo alimentas el ensueño de volver al ensueño—la sublimación desaforada de aquel otro tiempo en que todo era aéreo, acuático y perfecto.
Tus cimas son mis simas:
no hay concordancia, si se subvierte
la horizontal no sucesiva.
La “fuerza” necesaria para las grandes gestas de la autosuperación consiste menos en una energía expansiva que derramas, que en la contención de un vapor que no debes dispersar.
Ya es todo un síntoma de salud el pretender la curación o, en el peor de los casos, detener el avance de esa rara enfermedad —sin dolencias ni agravio— conocida como mineralización.
Para que la Gran Restauración no se limite a un efímero regreso de lo caduco, es preciso anunciarla como un único amanecer —sin pasado y, acaso, sin posterioridad: violenta erupción de lo descomunal y de lo informe, visión primigenia de la realidad, nueva mañana.
¿Qué suerte de edénica ave pondría sus huevos en un nido fluorescente, y que parpadea?
Lucidez sin análisis: comprensión más allá de lo comprendido (inmersión seca).
Con 88 años, Hokusai se dispone a emprender la nonagésimo tercera mudanza de su vida: si el maestro no halla aquí su acomodo definitivo, ¿por qué habría de hacerlo este su errático discípulo?
Evocar con tanta insistencia el apogeo, que éste —harto de oír su nombre— acabe por comparecer.
Los ensueños obligan a la realidad a manifestarse (así que no ensueño = no existencia).
Al igual que en el lanzamiento de un penalty, el secreto de una buena foto está en la adecuada colocación.
Cuando la perspectiva empieza a angostarse (los raíles cada vez más próximos a la confluencia letal), quizás es el momento de desplazar, alejándolo, el punto de fuga.
¿Cómo lograr que siga fluyendo el agua embalsada, sin sacrificar el enorme potencial que supone contenerla e impedir que discurra?
La tendencia a llenar los huecos y a horadar las superficies compactas, armonizan plenamente vistas desde arriba —la misma voluntad inconsciente de remitirse al absoluto exterior que, sin duda, ellas no son.
Sólo restringiendo explícitamente el alcance de tus afirmaciones (yo digo, yo creo, yo soy) alcanzan éstas una presencia incuestionable, casi una solidez.
Una vez alcanzado el punto de ebullición, el agua sigue evaporándose a su propio ritmo —indiferente al hecho de que aumentes la temperatura y alientes su transformación.
El hombre idealiza: enderredor (en caso de ser puro), hacia delante (cuando cree que puede lavarse) o hacia atrás (si teme que no).
Recuerda ese deslizamiento—retoma la sensación
de estar flotando con las extremidades
fuera del agua: parte de pez,
parte de ave postrada.
El tesoro es la búsqueda del tesoro, de la joya que perdiste por defecto de avaricia, de la perla que tú mismo supuraste y que añoras por haberla expuesto al rigor de los vientos, de los vientos que esparcen las semillas pero no las hacen germinar: esa es la tarea exclusiva de la tierra —anfitirión de la raíz y albacea exclusivo del último sentido.
Una gran bola de hierro en el tobillo no te impediría caminar como lo hace tu imaginación coagulada.
Cuando un globo se deshincha, recupera su tamaño original: ya sólo por ello debería congratularse por la pérdida de aire progresiva del aire que acumulaba.
Latencia: su dominio procede del hecho de que anuncia sin entregar el mensaje. Ella precede a toda revelación, pero no se revela jamás a sí misma. Así, participa de las bondades de ambos mundos (el visible y el invisible, el manifiesto y el tan sólo supuesto) sin constreñirse en ninguno de los dos.
Una materia pastosa —como el tiempo o la atención— requiere, para modelarla, bien la mano clínica del relojero, bien el pulso suelto del escultor.
El habitante de las dunas se desplaza con la arena: unas veces, arrastrándose como reptil; otras, volando con las cien flechas.
Para conservar la justa distancia con su objeto, la meticulosidad ha de evitar ser excesiva —so pena de agotarlo y dejarlo en el pellejo.
La línea
sinuosa de tu mano, sí te indica
el trayecto hasta el final.
Poros como bocas
abiertas de par en par,
pidiendo pan tierno
y leche recién ordeñada.
Brechas abiertas
en mi cuerpo amojamado:
por ellas se filtra el aire
fresco de la mañana,
y me ventilo por dentro.
Acceso
directo a mi intimidad: por los ojos
lavados con el agua imaginaria
mi cuerpo resucita, y mi mente
es una pizarra donde, blanca,
el mundo escribe de nuevo en el azul
traslúcido de los sueños.
Quiero la luz
sostenida, no en lo que veo
—pues las cosas en sí mismas
tienen su propia rutilancia—,
sino en mi visión, pues soy propenso
a caer en largos estados de opacidad.
Quiero que dure
la fosforescencia en mis pupilas,
letárgicas por naturaleza:
que no haya grandes distancias
entre la chispa y la detonación, y acabe
esta demora en las escuchas,
este enfriamiento
de la antena receptora, este desfase
que llamo insensibilidad
del mundo y es sólo clausura interior.
Quiero el impacto
de lleno en el corazón: de las flechas,
si van a herir;
de la diana, si el que dispara
debo ser yo, y he de contarlo.