“Los hombres virtuosos y devotos van al cielo, pero el camino que siguen los Despertados es otro: van más allá, como un fuego que poco a poco quema todo vínculo” (J. ÉVOLA, La doctrina del despertar).
No es que el autarca mande solo: es que lo hace únicamente sobre él, y a sí mismo se obedece —de ahí la extraña mezcla de fascinación y rechazo que suscita en los que se atienen a las órdenes recibidas, estricta mente.
El éxito es patinar sobre un estanque helado: sólido por encima, líquido por debajo.
Quien carece de rey, desconoce la realeza: su modo de elevarse hasta el cénit es hacer el vacío dentro, y calentarlo.
Vagabundea el espíritu, no en busca de un lugar en el que por fin asentarse, sino para huir de cualquier identificación del aquí-y-ahora con el todo-únicamente-esto.
El empeño en ubicarse te deja sin hogar—la ansiedad por hallar el camino acaba por arrojarte a la cuneta. ¡Deja de buscar, deja de buscar!
La cortadora de césped sólo cercena los capullos de las flores que sobresalen del ras, pero respeta a las que se quedan por debajo.
Leves destellos—palpitaciones endógenas: llega el frío, vuelve el candor / a recogerse en su nido.
Otoño al fin: despega el vuelo / recóndito del sueño.
Utopías de una tierra en la cual las estaciones se sucedieran sólo por dentro.
Una vez abstraído de los engranajes del mercado, cualquier transacción me resulta ajena: si por defecto de demanda, como ofensa; si por exceso, como agresión.
Clamar en el desierto, no por una respuesta, sino por volver a escuchar / el eco de mi voz, rebotado en las montañas.
Si quieres degustar de nuevo el caldo ancestral, tendrás que poner primero / el puchero a calentar.
Volverán los iconos a irradiar
luz enderrededor, empapándolo todo
y elevando tu desdicha hasta el altar
de mármol, madera y oro.
La primacía del ensueño reside en su carácter incondicionado —pero, ¡ojo! No que surja de la nada, sino que con nada se comprometa demasiado, conservando así su naturaleza grácil, acuosa y escurridiza.
Es vital, para poder perseverar en el estado de emergencia sagrado, plasmar las palabras en pleno vuelo: nada de esperar a que se posen en la rama, ni menos aún que caigan abatidas hasta tu mano, abierta / de par en par, sepultura llena de gusanos.
Escuchar una y otra vez las mismas melodías, meticulosamente, hasta percibir / a lo lejos la sorda armonía que se puede aprehender.
Entre caos y caos, episodios / breves de orden aparente—calas tranquilas donde evocar / la indeterminación del inicio, el bostezo primordial.
Si el ser se “arranca” a la nada es para poder reintegrársele después muy lentamente, y con dulzura de hijo pródigo.
Así como la Tierra se recubre de una capa contra la cual los asteroides se desintegran, también el espíritu opone cierta resistencia a la penetración.
Incluso la escritura más rutinaria y funcionarial posee una densidad de experiencia superior a la más profunda de las lecturas —ni que sea por el mero hecho de proyectarse, en lugar de esperar.
Con qué facilidad se desvanece el aroma que tanto esfuerzo costó destilar: ya sólo por eso, deberías preferir los frascos tapados, los paisajes sin perspectiva.
Sólo las palabras lanzadas al viento pueden especular con la perspectiva insólita del vuelo.
Es el silencio, el nido del pájaro—no de su ensueño, ni su canción.
Con la suave gasa orquestal que la envuelve, la voz anodina alcanza la categoría de revelación: así también / tú has de vestir tus soliloquios, sensiblemente.
Lo fácil (esa categoría tan denostada por los cultores del sacrificio y la automortificación) no es más que la cara visible de lo adecuado.
El arduo equilibrio entre el modelo y su reflejo suele romperse / por el lado más sólido y pesado.
Con los brazos cruzados / aguarda el malhechos la erección de la horca / donde, al alba, ha de flotar.
¿Dónde queda la Isla de la Calma, que otrora fue mi hogar y apenas ya se asoma / en un efímero trasluz, en una melodía o un aroma / entre famélico y arrobado?
“El héroe mitológico es el campeón, no de las cosas hechas, sino de las cosas por hacer; el dragón que debe ser muerto por él es el monstruo del statu quo. La acción del héroe es un continuo quebrar las cristalizaciones del momento” (J. CAMPBELL, El héroe de las mil caras).