Quiero la luz
sostenida, no en lo que veo
—pues las cosas en sí mismas
tienen su propia rutilancia—,
sino en mi visión, pues soy propenso
a caer en largos estados de opacidad.
Quiero que dure
la fosforescencia en mis pupilas,
letárgicas por naturaleza:
que no haya grandes distancias
entre la chispa y la detonación, y acabe
esta demora en las escuchas,
este enfriamiento
de la antena receptora, este desfase
que llamo insensibilidad
del mundo y es sólo clausura interior.
Quiero el impacto
de lleno en el corazón: de las flechas,
si van a herir;
de la diana, si el que dispara
debo ser yo, y he de contarlo.