24 de Febrero 2004

En fuero ajeno

No hay autoridad, frente al desvelo—nadie reina, en fuero ajeno, que se pueda postular.


A toda prisa desciendo / por el tobogán de la lentitud: no paladeo / la dulzura implícita en el ocaso. Me vence la senectud, y me complazco / en la corrupción total.


En la lucha por la resolución, el objetivo final acabó completamente difuminado.


Contra su instrumentalización, los seres se rebelan / mutando de medios en fines: no más allá, es su divisa / de triunfo póstumo y espectral.


Sin música y sin color, la superficie no accede a sus honduras.


De tanto tentar, he acabado / sin mancha ni manzana.


Es engañosa la fluidez accidental: tras su apariencia de agua, ocultua una estructura indeformable.


Ávido de cambalaches, truecas tan sólo por el placer de perder y de ganar cíclicamente.


Paraguas contra la lluvia seca—desdén del desamparado sin un solo diente: flashes / que relumbran en pleno mediodía. Imágenes desleídas, para quien tuvo y no retuvo / más que la idea de volver.


En la sabana, un arbolito proyecta / una sombra descomunal.


Si consigno lo que pasa es en clave de impermanencia: si me doy a la espera, lo hago por lo que durará.


Demarcaciones: las necesarias / para calar en lo infinito. Cláusulas: todas, en aras de la inacción / crepitante de la alborada.


“Entender puede ser una condena. Y no entender, la puerta que se abre” (E. VILA-MATAS).


Para alcanzar el cielo del revival, es preciso penar primero en el purgatorio demodé (tanto más tiempo cuanto más veces desee uno luego resucitar).


“El domicilio y el escritorio son ideales para la duda”.


Yo sólo he sido niño (o sea: crédulo, desprejuiciado e incondicional) muy de mayor, y muy de vez en cuando.


El desgajamiento que opera la apertura de la posibilidad en nuestra conciencia es perfectamente comparable al que se produce cuando un iceberg abandona, solitario, el continente donde nació.


No es que “la ironía se niegue a ilusionarse”: es que su ilusión es la de la distancia y la desvinculación. En este orden de cosas, el ironista resulta tan víctima del delirio como el peor de los fanáticos.


Hay devotos de la fe y devotos del descreimiento.


El estado ideal de la conciencia es aquel en el cual nos sentimos, al mismo tiempo, absolutamente presentes y remotos por completo —actores y público en un único gesto gratuito y soberano.


Con la dilución del trombo, se licuará el obstáculo que impide fluir (en un mismo río de lava) el ser y el parecer, la esencia y la existencia, el himno y su cantor.


Los mejores propósitos vierten sus efectos, no sobre el mañana que pretenden reformar, sino en el hoy del cual han surgido, y al que (parricidio del tiempo) acabarán negando.


Votos por la prosperidad futura —esa que sólo abunda aquí y ahora, y en forma de prospección de lo que aún no hay.


Cualquier modalidad del despilfarro evoca en este avariento los delirios de una riqueza que (convenientemente ninguneada durante el tiempo necesario para que cuaje) tarde o temprano se ha de vengar.


Sólo se encoge mi entusiasmo retráctil para alcanzar cotas aún mayores.


Los bosques han sido cerrados al acceso popular: por primera vez las aguas discurren expeditas ladera abajo. No hay huellas ni pisadas que deban sortear, ni se transforma el lodazal en pasto de acrobacias. El elemento va descendiendo sin un porqué, abocado alegremente a su inminente desaparición, chupado por la montaña.


La obesidad de ahora es la flaqueza de después—la cual prepara, a su vez, la gordura futura: únicamente las viandas, en el momento de su ingestión, desconocen su destino circular.


El eterno retorno que te condena a caer de nuevo es el mismo que te vuelve a levantar: sin un signo absoluto va girando sobre su propio eje / la rueda de los abismos.


Contento y malestar son las dos cruces de una moneda bestial / que nunca dará la cara.


Incluso la frase más osada, tú sólo la has tenido que entresacar: no existe la generación en el cesto del lenguaje—¿cómo, la decadencia?

Escrito por JoséLuis a las 12:35 PM

17 de Febrero 2004

Delicada equidistancia

Delicada equidistancia, la del blog: demasiado accesible como para considerarse privado, demasiado poco si quisiera dejar de serlo por completo, satisface las dos ilusiones del dietarista (estar aislado y recibir visitas infrecuentes).


El sutil entusiasmo que me infunde una frase afortunada tiene algo de cósmico e impersonal.


Taquigrafía celeste, la incomunicación.


En la fragmentación voluntaria de la identidad, la voz asume el papel del regidor en su pecera: se moja, pero apenas puede nadar.


Que las palabras coleteen: poco más pido.


La conformidad de hoy es la rebeldía de mañana.


Toda pujanza excava una rampa bajo sus pies —por supuesto, de bajada.


Indecisión: preámbulo de todos los éxtasis.


En la avalancha de los galgos, asume el papel de liebre / una extraña inhibición.


Requiescat—la oportunidad: mañana ha de levantarse despejada.


La pregnancia de lo indeterminado o numénico sólo se conserva en los extremos: de la apertura (los vagabundos) y de la clausura (los monjes y las monjas), nunca en el justo medio (el ciudadano).


El tapón de la olla no empezará a girar hasta que tenga el vientre ahíto de vapor.


Con sus palos, el ciego / va delineando su propio carril.


Ante la misma panorámica, repetida una y otra vez, el soñador fabula cincuenta planes de evasión, todos distintos entre sí y mutuamente excluyentes.


Mientras que resulta extremadamente sencillo aventurar el destino de todo lo pensado, no hay quien pueda prever la evolución del propio pensar.


Si me desilusiona la hormiga vista de cerca que deseé contemplar vista de lejos, es porque (necio de mí) lo que yo quería era preservar la distancia sin extraviar el calor.


El riesgo de empezar a escribir sin haber meditado la última palabra es que se nos desprenda de la placenta, con el niño muerto dentro.


Frases afortunadas: más valiosas cuanto más raras.


Para llamarte desarraigado, deberías ser la planta que no eres—para merecer el calificativo de traidor, alguien debería proveerte de la Causa de la que careces.


Léaseme del revés: no de delante hacia atrás, sino de fuera hacia dentro. Quizás así se subvierta mi anomalía en paradigma de otros mundos que, sin embargo, sí están en este.


Narrándola, convierto mi infamia en un ejemplo a considerar: haciéndome visible, me transformo (yo también) en sintomático.


Ojos que no ven, show que te pierdes.


Cesó la guerra de los mundos: desde el día del armisticio, sólo cuento / las réplicas por derrotas.


Los sortilegios que transmutan en princesas a las teteras, yo los volveré a celebrar / cuando haya terminado de empaquetar la cuchillería.


El proceso asociativo-peregrino característico de la poesía, yo lo traslado al bando del enemigo: el de la demostración, la ley y el silogismo.


Metáforas como regaderas: un gran cubo, con una caña y cientos de agujeritos.


Inspiración: palabro en el que cristaliza / lo aleatorio de nuestros aciertos todos.


El aroma puro del narciso artificial me habla, a mí, de los gestos y el valor de la impostura.


La vela nueva se irguió sobre la cera líquida de la vela vieja: por la base se han soldado / tradición e innovación.


Por presencia interpuesta lo supimos, y por ella es que lo vamos a olvidar.


Ya no queda en el desierto por desecar / más que una jugosa chumbera vieja.


La incompletud de la frase aislada apela, no a otras frases aisladas (como, muy mezquinamente, creen los intrascendentes), sino al enorme silencio que las rodea a todas.


Dejar flotar, tras la palabra, un intenso aroma a musgo—recrear, con las pausas, todo aquello que uno se abstuvo de nombrar.


En poesía, ante todo, hay que huir del poesismo.


Las mil y una piedras en las que no tropecé de nuevo: esas, ¿no las cuentas tú también?


Me felicito por las simas en las que no caí, y me jacto / del error que no he cometido: ¿por qué no (maestro de la privación) habría de computar como haber todo lo que se me supuso como un debe?


Lo mismo no es igual / al día siguiente.


La musiquilla de las teclas golpeadas sin ton ni son—el acorde que componen los violines / tañidos cada uno por su lado: la imagen del desafuero, yo la compongo / a base de premeditadas negligencias propias de director.


Todo estatus superado lo añoramos en cuanto suelo porque lo abominamos en cuanto asiento.

Escrito por JoséLuis a las 2:06 PM

11 de Febrero 2004

Un pequeño cielo de estrellas

“Ningún yo, ni siquiera el más ingenuo, es una unidad, sino un mundo altamente multiforme, un pequeño cielo de estrellas, un caos de formas, de gradaciones y de estados, de herencias y de posibilidades” (El lobo estepario).

Si una ventaja ha de suponernos la tecnificación, es que nos proporciona tiempo libre suficiente como para consagrarnos a nuestra alma primitiva y sus trabajos predilectos: el ensueño, la divagación y la quimera.


Sólo hay un modo de preservar la continuidad con las fuentes, y es abrir un canalillo por entre la tierra seca / para que la surque su agua primordial.


Remitirse al origen permanentemente, no para quedarse varado en él sino, mondo y lirondo, para seguir avanzando / cada vez más cerca del final.


Pregunto tan sólo para no recibir respuesta —pido únicamente con el fin de que no se me dé: nada de lo que busque habrá de ser encontrado (y todo con objeto de rememorar la suficiencia antigua del yo).


Hórrida influencia, la que la autopercepción ejerce sobre nuestra capacidad de actuar.


¿Dónde quedan los trampolines que franqueaban el paso a la Gran Altura —dónde las palancas / con cuyo empuje alcanzabas tú tu unción?


Cuando la recurrencia degenera en hábito, se hallan más cerca las correas del Cerbero.


La añoranza de la vida es ella también vida —y no muerte todavía.


La espera pide pan.


Todo agujero (en la presencia, en la atención) exige ser tapado.


No hay sitio para nadie, allí donde todos cabemos.


Por sofisticadas que sean tus técnicas de conservación, no hay más sabroso que el que acabas de hornear.


La perspectiva del final confiere un ritmo a mi música: sin ella, se arrastrarían sus notas como un áspid nauseabundo, carente de norte y de altura ninguna.


“Mañana, quizás, ya no he de estar”: tal es mi divisa, la invocación que pronuncio para mis adentros cuando el tiempo amenaza con perdurar demasiado.


Si no somos eco de las voces interiores, en sombra nos convertiremos de la luz de afuera.


Lo que no es todo, es parte —y, como tal, lo dejo aparte.


Uno se autolimita por mera oportunidad estratégica y acaba / limitado con inocente devoción.


Sin enemigos, el gigantón se dedica a hacer calceta para sus piececitos fríos.


La desolación de la quimera es una papa frita comparada con el hastío que me provoca la pura realidad.


Sólo lo incompleto, lo truncado —únicamente aquello que no alcanzó su plenitud contiene en su interior / aire bastante para que yo pueda respirar.


Ralentizar los procesos para coquetear (morbosa delectación necrófila) con su fruto podrido.


No es el valor como justiprecio lo que en un texto importa, sino el valor en cuanto arrojo (o, en términos farisaicos: inversión ruinosa).


Toda consumación es una forma de muerte anticipada.


Incluso la más artificiosa de las pirotecnias verbales oculta / una chispa que, de acercarle la lumbre pura, provocaría una bellísima deflagración.


¿Una nueva conciencia? Suspende la actual…


Insensibilidad —embotamiento: incapacidad para salir afuera (que no me atrae) ante la ausencia de una perspectiva interior (que me rechaza).


La propensión a lo sublime se ha interrumpido ante la pujanza de la mediocridad circundante: para reactivarla, tendrás que rodearte de un nuevo ambiente de referencias —más antiguo y propicio a los quehaceres de la esencia.


Si deseas conocer lo que en el centro se esconde, habrás de empezar esquilmando su periferia.


Purificación. Forma primera de decantarse la figura, antes de mostrarse como mera representacón.


La empresa estéril, el denuedo que no obtuvo resultado: de entre los gestos bellos, yo me quedo con el propósito baldío por completo —y que, a mis ojos, todavía brilla.


“Ir buscando eternamente mutaciones del yo conduce a la inmortalidad” (El lobo estepario).

Escrito por JoséLuis a las 12:15 PM

3 de Febrero 2004

Algo diferente al día

“Una certeza subsiste: algún día habrá algo diferente al día” (B. VIAN).


La delectación: la incapacidad de entregarse al goce de estar, de hallarle el gusto al simple hecho de degustar y ser consciente de ello —la voluptuosidad inherente al vivir, y saberlo, y querer que sea así: esa es la tesitura en la que, a veces, yo me encontraba, y a la que he de volver (en cuanto descorra estas cortinas).


Es la elefantiásica memoria de las neuronas, la que debemos mimar: acumulando experiencias placenteras, negándole las dolorosas (o, cuanto menos, transformándolas en formas exquisitas del goce de existir). En cualquier caso, evitando en lo posible la terca acumulación de los rechazos, el miedo, la negación… la muerte…


Prisión en régimen abierto o libertad en plena clausura: tú eliges / la modalidad de tu paradoja.


El pasadizo (secreto) estoy buscando que me conduzca de regreso hasta la (enorme) plaza interior.


Comoquiera que todo lo que una sola vez se hizo carne perdura en el ámbito celeste de la posibilidad, más que buscar lo que intento es hacer memoria.


“…ese fulgor y esa sonrisa del que se encuentra felizmente fuera de lugar…”


El cultor de lo abierto difícilmente puede ahormarse —y menos que a nada, a una estructura amplia.


Gaia combate a la humanidad con las mismas armas que ésta emplea contra ella: el crecimiento desordenado (cáncer), la indefensión generalizada (sida) y la pura autodestrucción (suicidio, infertilidad, tedio).


Pretendo hacer una obra de mi carencia de obras —un destino de mi aversión a los caminos marcados, a mi desorientación esencial.


Laaaaargas temporadas ausente / entre ser y ser (y su conciencia).


Cada vez que mis párpados se cierran, se hace la noche enderredor: no hay luz para Narciso, cuando él no está irradiando.


Todo esfuerzo orientado a procurarme la facilidad — toda esperanza seducida por la incredulidad característica de los saciados.


Escribir no confiere existencia, ni al escritor, ni a lo escrito: uno sólo la alcanza increadamente, y por donación.


Para conservar su memorabilidad, los estados líricos deben seguir siendo escasos en número y extemporáneos en oportunidad.


Así como la certeza de la partida convierte tu actual bienestar en una reclusión, la evidencia del final es la que te impide renacer.


De la hiperestesia a la insensibilidad no dista más que la reiteración.


Largas temporadas acumulando cachivaches, sólo para poder purificarme después con gran estruendo —muebles que caen, arcones que revientan.


Y cuando corone la cima, podré lanzarme desde lo alto / hasta una profundidad / inédita de placeres.


Los estigmas del ahorcado le acompañan tras la resurrección: por su pasado van a reconocerle, dondequiera que vaya. No ha de sobrevivir a su absolución.


Se va escurriendo poco a poco la tinta, y las letras palidecen al descubrir / su origen material: por cada gota de menos, ellas se aligeran otro tanto de su peso —hasta alcanzar, si Dios quiere, el carácter de un vapor.


La sombra de mi mano, al escribir transforma la lucidez en pernoctación; la cortina descorrida, en telón bajado.


Las lluvias llegan tarde, para el río que ha perdido su caudal: la humedad se extravía tierra adentro, dejando intacta la superficie amarillenta y reseca.

Escrito por JoséLuis a las 10:53 AM