7 de Enero 2004

La soledad redonda

“La soledad se vuelve redonda al contemplarse” (L. Velasco)


Desde este éxido sigo evocando / las estampas edénicas que —muy al final— han de revivir.


Ritual conmemorativo: para retener y para provocar el regreso, la comparecencia ulterior.


Sin fuerzas para la fuerza, todo consiste / en seguir atesorando grandes dosis de debilidad, tal vez / para inclinar de mi lado la balanza.


Convocatoria para la espera. Requisito único: negar todo lo que ocurre con el fin (inversión lamentable) de afianzar cuanto pasó.


Quejas y remilgos: pústulas del arquero / cuya diana está a la espalda.


El “trabajo indescriptible” del que habla Rilke en El testamento carece de objeto o resultado final: no da fruto, tan sólo florece. No se reduce tampoco a una técnica concreta, o a un repertorio de trucos de los que echar mano en caso necesario: se trata más bien de una disposición, de un modo de ponerse manos a la obra y, sobre todo, ojos a la contemplación. El “trabajo” rilkeano (el poetizar, claro y preciso pero, a un tiempo, leve y casi imperceptible) es tanto un hacer como un dejarse hacer: una interpenetración en la cual no es posible discernir cuándo empieza el trabajador y cuándo lo trabajado. ¿Cómo podría decirse, sin pulverizarlo? El trabajo indescriptible es un ser vivido, viviéndolo, y callándolo.


De los estragos causados por exceso de indulgencia, nadie exigirá la razón: pero son los que más duelen.


Inconsolable / por su misma falta de permeabilidad, deambula / el matarife por las afueras.


Si de la extrema postración (= indigencia + falta de grandeza para asumirla como propia) surge una columna de luz, por favor, que apunte hacia atrás.


Las correspondencias que antaño se entablaban entre fenómenos remotos, ahora permanecen en una bárbara detención —quién sabe si aguardando o definitivamente desahuciados.


De tanto que llegó a estirarse buscando la última cota, el muello ha acabado (flojo e indolente) perdiendo su mágica capacidad de retorno.


Reincorpórate: sé lo que eres, pero en tiempo activo (ya no expectante, sino motriz).


Sin el fuelle que inyecta el aire dentro del horno de tus entrañas, no hay martillo que domeñe / el hierro endurecido de la espera.


Ya sólo alimentas el ensueño de volver al ensueño—la sublimación desaforada de aquel otro tiempo en que todo era aéreo, acuático y perfecto.


Tus cimas son mis simas:
no hay concordancia, si se subvierte
la horizontal no sucesiva.


La “fuerza” necesaria para las grandes gestas de la autosuperación consiste menos en una energía expansiva que derramas, que en la contención de un vapor que no debes dispersar.


Ya es todo un síntoma de salud el pretender la curación o, en el peor de los casos, detener el avance de esa rara enfermedad —sin dolencias ni agravio— conocida como mineralización.


Para que la Gran Restauración no se limite a un efímero regreso de lo caduco, es preciso anunciarla como un único amanecer —sin pasado y, acaso, sin posterioridad: violenta erupción de lo descomunal y de lo informe, visión primigenia de la realidad, nueva mañana.


¿Qué suerte de edénica ave pondría sus huevos en un nido fluorescente, y que parpadea?


Lucidez sin análisis: comprensión más allá de lo comprendido (inmersión seca).


Con 88 años, Hokusai se dispone a emprender la nonagésimo tercera mudanza de su vida: si el maestro no halla aquí su acomodo definitivo, ¿por qué habría de hacerlo este su errático discípulo?


Evocar con tanta insistencia el apogeo, que éste —harto de oír su nombre— acabe por comparecer.


Los ensueños obligan a la realidad a manifestarse (así que no ensueño = no existencia).


Al igual que en el lanzamiento de un penalty, el secreto de una buena foto está en la adecuada colocación.


Cuando la perspectiva empieza a angostarse (los raíles cada vez más próximos a la confluencia letal), quizás es el momento de desplazar, alejándolo, el punto de fuga.


¿Cómo lograr que siga fluyendo el agua embalsada, sin sacrificar el enorme potencial que supone contenerla e impedir que discurra?


La tendencia a llenar los huecos y a horadar las superficies compactas, armonizan plenamente vistas desde arriba —la misma voluntad inconsciente de remitirse al absoluto exterior que, sin duda, ellas no son.


Sólo restringiendo explícitamente el alcance de tus afirmaciones (yo digo, yo creo, yo soy) alcanzan éstas una presencia incuestionable, casi una solidez.


Una vez alcanzado el punto de ebullición, el agua sigue evaporándose a su propio ritmo —indiferente al hecho de que aumentes la temperatura y alientes su transformación.


El hombre idealiza: enderredor (en caso de ser puro), hacia delante (cuando cree que puede lavarse) o hacia atrás (si teme que no).


Recuerda ese deslizamiento—retoma la sensación
de estar flotando con las extremidades
fuera del agua: parte de pez,
parte de ave postrada.


El tesoro es la búsqueda del tesoro, de la joya que perdiste por defecto de avaricia, de la perla que tú mismo supuraste y que añoras por haberla expuesto al rigor de los vientos, de los vientos que esparcen las semillas pero no las hacen germinar: esa es la tarea exclusiva de la tierra —anfitirión de la raíz y albacea exclusivo del último sentido.


Una gran bola de hierro en el tobillo no te impediría caminar como lo hace tu imaginación coagulada.


Cuando un globo se deshincha, recupera su tamaño original: ya sólo por ello debería congratularse por la pérdida de aire progresiva del aire que acumulaba.


Latencia: su dominio procede del hecho de que anuncia sin entregar el mensaje. Ella precede a toda revelación, pero no se revela jamás a sí misma. Así, participa de las bondades de ambos mundos (el visible y el invisible, el manifiesto y el tan sólo supuesto) sin constreñirse en ninguno de los dos.


Una materia pastosa —como el tiempo o la atención— requiere, para modelarla, bien la mano clínica del relojero, bien el pulso suelto del escultor.


El habitante de las dunas se desplaza con la arena: unas veces, arrastrándose como reptil; otras, volando con las cien flechas.


Para conservar la justa distancia con su objeto, la meticulosidad ha de evitar ser excesiva —so pena de agotarlo y dejarlo en el pellejo.


La línea
sinuosa de tu mano, sí te indica
el trayecto hasta el final.


Escrito por JoséLuis a las 7 de Enero 2004 a las 01:31 PM