Gravedad
Si de dos piedras que entrechocan en el aire no saltan chispas, música, color.
Si de las palabras inertes dimana sólo un tenue resabor a conocido, un deje anticuado y sin mañana.
Si del lado de acá no hay que aguardar la invitación a un gran viaje.
Si todo debe continuar siendo todo tal cual, los pesos caerán como siempre a plomo: seguirá gobernando la gravedad.
Espacio disponible
Hubo un tiempo en que no había puerta, ni compuerta: por no haber, ni siquiera soñaba con la posibilidad de la presa, de una fuerza contenida que se libera cada tantos días, arbitrariamente (o eso creía).
Ahora sí: ahora recorres el pasillo, te diriges hacia la abertura que subsiste al fondo, descorres el pestillo et voilà! Surgen las luces miríficas del orto, cunde la momentánea armonía, se dirime el arrabal en chozas hospitalarias con lar y chimenea.
Pero algo se ha perdido, en esa disponibilidad como de perro amaestrado:
un vagar durante horas, cosechando las esquirlas esquivas;
un ensueño de nieblas ininterrumpidas, por entre las cuales las sombras no caerían amenazantes, ni el smog descendería en vertical;
una avenida parca y con hojas;
un aljibe sudoroso de humedad rampante;
unos helechos en el recodo menos explorado del bosque;
unas resinas;
una afluencia inmotivada de energía
(sin canales ni acequias, inundándote y haciendo saltar toda expectativa,
como una mano inesperada en el punto exacto de la deflagración).
Las cien mil tonalidades del gris
A partir de cierto momento (entre el mediodía y el crepúsculo), todos los caminos se revelaron baldíos y torticeros: describían rutas, sí, pero no las tomaban (su itinerario no era invitación).
A partir de las dos menos cuarto, o las cinco y veinticinco, el día se tornó perezoso y las tarimas crujieron, como si no soportaran el peso que ayer fue ligereza, elevándolas del suelo.
A partir de cierto punto, o de cierto momento (la verdad, no lo recuerdo: yo ya estaba, para entonces, del lado de acá, del que no discierne), empezaron las siluetas a desdibujarse, los pesos a caer, el paso a vacilar, a dar miedo —tan inseguro a sí mismo se descubría.
A partir de ahí, todo revirtió a las cien mil tonalidades del gris: del perla al marengo, sí, tal vez, pero ni asomo de verdes, de rojos y amarillos —extremos del espectro que otrora vi estallar y ya no veo / en estas desleídas jornadas monocromas.
Punta de lanza
Sin el punto de una llama ardiendo sobre la mesa, todo se vuelve borroso: la atención queda fuera de foco, buscando un centro, una agarradera donde plantarse (ya ves, como si tuviera raíces, la muy alada).
Sin esa lágrima broncínea que titila en completo silencio, rugiría la mañana como exigiendo tributos de carne y hueso: no se conformaría, no, con la inmolación simbólica de una cuartilla, por muy chamuscada que pueda quedar.
Sin el fuego contenido en forma de punta de lanza, sin el arco de mi cuerpo tensado hacia arriba, este reducto de armonía no podría sustentarse (quedando reducido a un triste rincón, uno de tantos, en que esperar sentado / la resolución de los enigmas).
El lado inculto de mi yo
Sé que fue permaneciendo completamente estático, como empecé a girar en torno a mi propio eje.
Sé también (porque lo recuerdo) que, de tanto clavarme en el mismo sitio, emergí a una rara ubicuidad, espacio confluyente que se derramaba por todos lados y me arrastraba con él.
Sé, y puedo anunciarlo, que dejé las piernas quietas, y la sangre no dejaba de borbotonear, describiendo furiosos remolinos centrífugos.
Sé que, por perseverar en la propia identidad, pude transformarme en mi antagonista —y que, desde entonces, no puedo mirarme en el espejo sin percibir rostros desconocidos detras de mí, impávidos, como si aguardasen para emerger tan sólo una señal, un devaneo / con el lado inculto de mi yo.
Nadie hablará de mí cuando haya muerto, o peor, se dirán barbaridades, como que hice esto o no hice aquello, que me pasé o me quedé corto, en fin, que mi vida fue un desastre y que estaba muy bien muerto.
Nadie saldrá en mi defensa con un silencio bien modulado, limpio y elocuente; no habrá quien por mí sepa contener el improperio, la pulla hiriente, la baza de arremeter contra quien no podrá defenderse. Se ensañarán.
Igual que cuando estaba vivo, me lloverán los palos por todos lados—y lo peor es que estaré expuesto, propicio, sin escapatoria: no me quedará sino aguantar, aguantar hasta que cese y pueda, por fin, descansar anónimo, tranquilo y olvidado.
Lo sagrado y lo profano
Es profano
el tiempo de la cosecha:
por eso se concentra
en el otoño,
la estación de los balances.
El tiempo sagrado
es el de la siembra:
de ahí la primavera,
el instante
de las apuestas ciegas y los votos
incondicionales.
Virtudes del azahar
Virtudes del azahar
descendiendo sobre las calles
cortina redentora del aroma
al contacto con el suelo,
con la ropa anhelante
de veracidad.
Ensalmo en la ciudad:
de la insipidez de antes
a la suculencia de ahora
(y yo, de nuevo, creo).
Las verdades del hálito
Los vaivenes de la recepción
(ruidos, toses, parásitos:
inmundicia que del éter se adueña,
basura espacial) no hacen mella
en la integridad del mensaje:
para el desconocido emisor,
las verdades del hálito
son indudables
pasajera
aquí la incomunicación,
seguro el abordaje.
Ser de otro modo
Coqueteos: furtivos
atisbos de un mañana
que sólo apetece florecer
(sin ningún fruto).
Insinuación
presagio de la argamasa
que se demora en su puro
acontecer.
Hechizo
absoluto, esa promesa
envolvente de ser
de otro modo: exacta
indeterminación,
carencia plena.
Hay muerte en toda lucha contra la muerte—pero hay eternidad, cuando uno canta a la vida sin después, al ahora colmado.
La caducidad es un camarero solícito.
Haciéndote visible, te desposeíste de ti; emergiendo a la superficie, la raíz quedó inhumada (a salvo para los buscadores de tesoros).
Quien se resiste, es derrotado: tan sólo vence el que le dice —displicente— que sí a todo.
La inocencia significa perdurar en lo incalculable.
El único optimismo que excluye radicalmente a S.M. la Muerte es la republicana Imprevisión.
La prudencia es sabia; el arrojo es poético.
Arder como la palmatoria en pleno frío —ir evaporándose, aroma en el quemador: con todo el tiempo, con absoluta fruición, inveteradamente.
Utopía, punto de fuga del pensamiento: hacia tu no-lugar siempre propendo, inmóvil en mi absoluto ahora.
Cuanto más me ahormo al instante fugitivo, tanto mayor es mi comunión transtemporal —hermanos, los difuntos todos.
Sólo pierden los pétalos las flores que se abren exclusivamente a la mirada.
Entre el silencio de antes y el silencio de después, cada frase paga su peso en oro.
Si no puedo jactarme de lo que soy, como mínimo lo haré de no compadecerme por ello.
Incapaz de sentir lástima de mí mismo, mis lágrimas las vierto por lo que no he de llegar a ser, no por lo que he sido.
No conozco otros años que los de formación.
“El que duerme en la luz y es miserable,
ése agoniza en el relámpago” (A. GAMONEDA).
Las elucubraciones hablan del hoy, pero inventan el mañana: sin ellas, el tiempo sería una recta sin posterioridad.
Limitado, mi espíritu desconoce la magnanimidad y se vuelve mezquino: para desprenderse de la pus, él también necesita / balcones abocados al vacío.
No se detiene la dínamis del espíritu y la materia sólo porque tú no estés ahí para empujarla—no requiere el viento de tus velas desplegadas, para llevar a su destino la embarcación.
Mis hallazgos, tú los conviertes en constatacón: al paisaje que descubro como revelado, le sustraes su ligereza y lo cargas con la responsabilidad de las certezas consumadas. En tus manos, la crisálida es un ovillo completamente cerrado, sin una vía hacia su luz / adventicia y con alas.
La felicidad en la clausura requiere el escorzo imaginario que sólo confiere / un magnífico punto de fuga, un vórtice hacia el vacío, una ensoñación…
El problema de vivir enfundado en un traje de pizarra es que las palabras pueden inscribirse en él, sí, pero no permearlo.
“Seguir adelante, seguir extraviándose” (C.E. DE ORY).
Escribir las frases de un modo tal que puedan ser leídas tanto del derecho como del revés, y resulte igual de legítimo tomarlas por apología como por impugnación: sembrar palabras, no significados.
Entre los mimbres de lo dicho se desliza (acuática reptación tranquila) la informa silenciada.
“Lo invisible es el verdadero esqueleto de toda cosa y el solo hueso del vacío”.
Frente al batiente cerrado de la posibilidad, los niños dan un brinco / justo antes de empujarla.
Insoportables, los ruidos que me ofenden son los que me persuaden de la existencia del prójimo.
Interpenetración de los amaneceres; identidad profunda, en el acto de emerger: la luz oscuramente triunfa.
Se abre una puerta: hormiguea, vacío, el corredor.
Incluso ante la ruta mil veces recorriada, el conductor profesional ensueña la inauguración súbita de un desvío a las afueras.
Las riñas sin motivo están cargadas de razones antediluvianas.
Me ilumino de pequeño.
La acumulación de gemas ajenas, ¿es un acto de generosidad o de rapiña? El reparto de la propia quincalla entre los asistentes, ¿es compasiva o penitencial?
“Ver un pájaro libre es estar en una jaula” (C.E. DE ORY).
El drama del celoso no es de índole sentimental, sino astronómica: el carecer de centro propio y orbitar parasitariamente alrededor de los demás.
Bendigo todos los giros —incluso los que me perjudican— por lo que tienen de exceso, de superación de toda expectativa, en suma: de sagrado.
Volver a habitar la estancia de la que tú misma te desahuciaste: ¿conquista o restauración?
Apelo a los deseos que cobijé confusamente en otra época (tener una obra, no dar un palo al agua, alejarme de la ciudad natal o leer exclusivamente libros de la biblioteca pública) para congratularme por mi extraordinaria eficiencia creadora.
Tendré otras vidas, y no estarán en esta.
Se requieren grandes cantidades de tedio acuoso para disolver el comprimido efervescente del éxtasis.
“Ironizar es ausentarse” (E. VILA-MATAS).
Mis cuadernos ya no caben en una cartera: ahora ya necesito un macuto. ¿Será este el escalafón de los dietaristas? Si la respuesta es que sí, ¿qué me espera en el último peldaño? Complejo de atlas.
No es que sea diminuto, es que me veis desde muy lejos.
En la clínica de bulbos son expertos en reanimación floral —o sea, en lograr que, de un vil muñón, emanen colores.
Lo bueno de las puertas giratorias es que son fieles a su eje. Lo malo es que nunca están abiertas de par en par.
Bachiano en la meticulosidad, mozartiano en la expresión, beethoveniano en los descensos, schubertiano en toda ocasión, brahmsiano a la hora de echar el cierre y jazzístico cuanto todo eso, encima, hay que contarlo.
Se equivocan quienes ven el envejecimiento y la muerte como el resultado de una larga cadena de agresiones exteriores, cuando lo cierto es que ambos parte de un proceso puramente interior —la tendencia de cualquier ser creado a reintegrarse en lo increado.
Las cuerdas de mi espíritu no las tañe ningún fenómeno conocido : ellas sólo vibran ya ante la mano inédita.
Si no me resisto apenas a la verbosidad es porque, entre su paja, se oculta el grano del laconismo.
Cada vez más infrecuentes, los raptos van a acabar por encontrarme, insensible y abotargado, poco dispuesto al viaje astral.
La crónica del apagamiento no tiene por qué no ser luminosa.
Ten cuidado con tus anhelos de experiencias remotas: el camino que deben recorrer para llegar hasta ti es tan largo, que pueden presentarse cuando ya no las desees en absoluto
El desfase temporal entre la pregunta y la respuesta, la solicitud y la entrega, es de una índole tal, que raramente consideramos a éstas como el correlato natural de aquéllas —y, así, vivimos siempre con necesidades insatisfechas, por un lado, y satisfacciones innecesarias, por otro.
La solución a este último problema sería, quizás, la que propone aquel: buscar tan sólo lo que se ha encontrado, desear únicamente aquello que ya tenemos para percibir, en un movimiento simultáneo de ida y vuelta, las dos caras de la moneda.
Se requiere una larga coexistencia con el vacío para aprehender la extrema substancialidad de cualquier cosa (por irrelevante que ésta pueda llegar a parecer).
Son mis cuadernos como las tablas de la ley: reveladas en lo alto, aquí abajo carecen de observación directa e incontrastada. Su carácter normativo se mantiene en un plano entre poético y fantasmal, sin perder por ello su aura ultramundana.
Si genero heterónimos (Eneas Fog, Proteo, Flaneur) no es para otorgar identidad propia y separada a las contradicciones que coexisten en mi interior, sino con el firme propósito de incrementar la nómina de los Paradójicos y ésta se convierta en una nueva clase social.
¡Cuánto silencio hay que acumular, cuánta incomunicación, para lograr que todo comulgue con todo, y hasta las piedras tomen la palabra!
Quien desee captar la entidad de lo informe, habrá de sustraerse a toda forma—el que aspire a percibir el centro incoloro del mundo real, que imagine activamente la omnisciencia de la luz.
Si uno escribe es porque uno lee, y no desea que se embalsen en su interior las palabras robadas: deben circular, para que así conserven todo su aroma y su color intacto.
Echo las redes en el mar pacífico, a ver si yo le pesco / la suculencia interior, la escurridiza.
De las mil cañas que he tendido en esta interminable playa atlántica, apenas una o dos me van a reportar algún beneficio —un pececillo famélico, un insípido invertebrado: en cualquier caso, poca cosa para mi estómago voraz y hambriento de un enorme cetáceo.
La única autobiografía que puedo concebir ha de reservar a los invitados el mero papel de espejos.
En el microcosmos de mi conciencia, se suceden las revoluciones populares y los golpes de estado, con brevísimos interregnos de S.M. la Contemplación Conforme.
Toda mi curiosidad la acaparan los acontecimientos de mi propio espíritu, quedando para los hechos del exterior la función de catalizadores.
La autoobservación no tiene, en mi caso, un sentido narcisista o egocéntrico: yo, a mi yo le entresaco las vibraciones cósmicas, el canto impersonal.
Concentra tu atención en un único punto interior: pronto alcanzará el rango de Universo.
Volcado hacia afuera, el tarro dispersa sus esencias / miserablemente.
De la música del suceso tan sólo me interesa cómo resuena en mi caja torácica.
Días de penitencia, víspera del crimen fenomenal —pues, en mi caso, el carro siempre marcha por delante de los bueyes.
Los cuadernos van cayendo como hojas de un árbol que no se ve, pero que guarda / los tesoros en su raíz, y mi sangre en su gran copa.
Ya puestos a deformar la supuesta realidad, que sea por favor al alza: la megalomanía no es más que un trasunto del optimismo.
Acaba lo que se daba, principia la espera: de la quimera del resplandor y el voto oculto / en la futura elevación de los sombríos hasta el rango de linternas.