31 de Marzo 2004

EL LADO INCULTO DE MI YO

Gravedad

Si de dos piedras que entrechocan en el aire no saltan chispas, música, color.
Si de las palabras inertes dimana sólo un tenue resabor a conocido, un deje anticuado y sin mañana.
Si del lado de acá no hay que aguardar la invitación a un gran viaje.
Si todo debe continuar siendo todo tal cual, los pesos caerán como siempre a plomo: seguirá gobernando la gravedad.


Espacio disponible

Hubo un tiempo en que no había puerta, ni compuerta: por no haber, ni siquiera soñaba con la posibilidad de la presa, de una fuerza contenida que se libera cada tantos días, arbitrariamente (o eso creía).

Ahora sí: ahora recorres el pasillo, te diriges hacia la abertura que subsiste al fondo, descorres el pestillo et voilà! Surgen las luces miríficas del orto, cunde la momentánea armonía, se dirime el arrabal en chozas hospitalarias con lar y chimenea.

Pero algo se ha perdido, en esa disponibilidad como de perro amaestrado:
un vagar durante horas, cosechando las esquirlas esquivas;
un ensueño de nieblas ininterrumpidas, por entre las cuales las sombras no caerían amenazantes, ni el smog descendería en vertical;
una avenida parca y con hojas;
un aljibe sudoroso de humedad rampante;
unos helechos en el recodo menos explorado del bosque;
unas resinas;
una afluencia inmotivada de energía
(sin canales ni acequias, inundándote y haciendo saltar toda expectativa,
como una mano inesperada en el punto exacto de la deflagración).


Las cien mil tonalidades del gris

A partir de cierto momento (entre el mediodía y el crepúsculo), todos los caminos se revelaron baldíos y torticeros: describían rutas, sí, pero no las tomaban (su itinerario no era invitación).

A partir de las dos menos cuarto, o las cinco y veinticinco, el día se tornó perezoso y las tarimas crujieron, como si no soportaran el peso que ayer fue ligereza, elevándolas del suelo.

A partir de cierto punto, o de cierto momento (la verdad, no lo recuerdo: yo ya estaba, para entonces, del lado de acá, del que no discierne), empezaron las siluetas a desdibujarse, los pesos a caer, el paso a vacilar, a dar miedo —tan inseguro a sí mismo se descubría.

A partir de ahí, todo revirtió a las cien mil tonalidades del gris: del perla al marengo, sí, tal vez, pero ni asomo de verdes, de rojos y amarillos —extremos del espectro que otrora vi estallar y ya no veo / en estas desleídas jornadas monocromas.


Punta de lanza

Sin el punto de una llama ardiendo sobre la mesa, todo se vuelve borroso: la atención queda fuera de foco, buscando un centro, una agarradera donde plantarse (ya ves, como si tuviera raíces, la muy alada).

Sin esa lágrima broncínea que titila en completo silencio, rugiría la mañana como exigiendo tributos de carne y hueso: no se conformaría, no, con la inmolación simbólica de una cuartilla, por muy chamuscada que pueda quedar.

Sin el fuego contenido en forma de punta de lanza, sin el arco de mi cuerpo tensado hacia arriba, este reducto de armonía no podría sustentarse (quedando reducido a un triste rincón, uno de tantos, en que esperar sentado / la resolución de los enigmas).


El lado inculto de mi yo

Sé que fue permaneciendo completamente estático, como empecé a girar en torno a mi propio eje.

Sé también (porque lo recuerdo) que, de tanto clavarme en el mismo sitio, emergí a una rara ubicuidad, espacio confluyente que se derramaba por todos lados y me arrastraba con él.

Sé, y puedo anunciarlo, que dejé las piernas quietas, y la sangre no dejaba de borbotonear, describiendo furiosos remolinos centrífugos.

Sé que, por perseverar en la propia identidad, pude transformarme en mi antagonista —y que, desde entonces, no puedo mirarme en el espejo sin percibir rostros desconocidos detras de mí, impávidos, como si aguardasen para emerger tan sólo una señal, un devaneo / con el lado inculto de mi yo.

Escrito por JoséLuis a las 31 de Marzo 2004 a las 07:30 PM