Delicada equidistancia, la del blog: demasiado accesible como para considerarse privado, demasiado poco si quisiera dejar de serlo por completo, satisface las dos ilusiones del dietarista (estar aislado y recibir visitas infrecuentes).
El sutil entusiasmo que me infunde una frase afortunada tiene algo de cósmico e impersonal.
Taquigrafía celeste, la incomunicación.
En la fragmentación voluntaria de la identidad, la voz asume el papel del regidor en su pecera: se moja, pero apenas puede nadar.
Que las palabras coleteen: poco más pido.
La conformidad de hoy es la rebeldía de mañana.
Toda pujanza excava una rampa bajo sus pies —por supuesto, de bajada.
Indecisión: preámbulo de todos los éxtasis.
En la avalancha de los galgos, asume el papel de liebre / una extraña inhibición.
Requiescat—la oportunidad: mañana ha de levantarse despejada.
La pregnancia de lo indeterminado o numénico sólo se conserva en los extremos: de la apertura (los vagabundos) y de la clausura (los monjes y las monjas), nunca en el justo medio (el ciudadano).
El tapón de la olla no empezará a girar hasta que tenga el vientre ahíto de vapor.
Con sus palos, el ciego / va delineando su propio carril.
Ante la misma panorámica, repetida una y otra vez, el soñador fabula cincuenta planes de evasión, todos distintos entre sí y mutuamente excluyentes.
Mientras que resulta extremadamente sencillo aventurar el destino de todo lo pensado, no hay quien pueda prever la evolución del propio pensar.
Si me desilusiona la hormiga vista de cerca que deseé contemplar vista de lejos, es porque (necio de mí) lo que yo quería era preservar la distancia sin extraviar el calor.
El riesgo de empezar a escribir sin haber meditado la última palabra es que se nos desprenda de la placenta, con el niño muerto dentro.
Frases afortunadas: más valiosas cuanto más raras.
Para llamarte desarraigado, deberías ser la planta que no eres—para merecer el calificativo de traidor, alguien debería proveerte de la Causa de la que careces.
Léaseme del revés: no de delante hacia atrás, sino de fuera hacia dentro. Quizás así se subvierta mi anomalía en paradigma de otros mundos que, sin embargo, sí están en este.
Narrándola, convierto mi infamia en un ejemplo a considerar: haciéndome visible, me transformo (yo también) en sintomático.
Ojos que no ven, show que te pierdes.
Cesó la guerra de los mundos: desde el día del armisticio, sólo cuento / las réplicas por derrotas.
Los sortilegios que transmutan en princesas a las teteras, yo los volveré a celebrar / cuando haya terminado de empaquetar la cuchillería.
El proceso asociativo-peregrino característico de la poesía, yo lo traslado al bando del enemigo: el de la demostración, la ley y el silogismo.
Metáforas como regaderas: un gran cubo, con una caña y cientos de agujeritos.
Inspiración: palabro en el que cristaliza / lo aleatorio de nuestros aciertos todos.
El aroma puro del narciso artificial me habla, a mí, de los gestos y el valor de la impostura.
La vela nueva se irguió sobre la cera líquida de la vela vieja: por la base se han soldado / tradición e innovación.
Por presencia interpuesta lo supimos, y por ella es que lo vamos a olvidar.
Ya no queda en el desierto por desecar / más que una jugosa chumbera vieja.
La incompletud de la frase aislada apela, no a otras frases aisladas (como, muy mezquinamente, creen los intrascendentes), sino al enorme silencio que las rodea a todas.
Dejar flotar, tras la palabra, un intenso aroma a musgo—recrear, con las pausas, todo aquello que uno se abstuvo de nombrar.
En poesía, ante todo, hay que huir del poesismo.
Las mil y una piedras en las que no tropecé de nuevo: esas, ¿no las cuentas tú también?
Me felicito por las simas en las que no caí, y me jacto / del error que no he cometido: ¿por qué no (maestro de la privación) habría de computar como haber todo lo que se me supuso como un debe?
Lo mismo no es igual / al día siguiente.
La musiquilla de las teclas golpeadas sin ton ni son—el acorde que componen los violines / tañidos cada uno por su lado: la imagen del desafuero, yo la compongo / a base de premeditadas negligencias propias de director.
Todo estatus superado lo añoramos en cuanto suelo porque lo abominamos en cuanto asiento.