De nada sirve desembarazarse del lastre del YO si, a renglón seguido, no te elevas con el globo del ELLO...
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Un mes tomando iniciativas por cada once de pura inercia. El saldo final de nuestra singladura arrojará siempre un abultado pasivo.
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El piloto automático domina recursos que la lucidez no sólo ignora, sino que impugna.
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El primer cigarrillo tras una larga temporada de abstinencia: tiene el mismo sabor (entre hediondo y sosegante) de los pitillos que chupé en mi adolescencia. Constatado, pues: toda primera vez es la primera vez... aunque sea la enésima.
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Reflexionar con un cigarrillo entre los dedos es como hacerlo junto a un río o frente al reloj de arena: abrir el grifo del tiempo para dejarse llevar por sus ondulaciones...
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Imagino un incendio provocado por la frotación de la punta del lápiz contra el papel. Le asigno una ubicación simbólica: la plaza más recóndita de la ciudad, aquella a la que los coches de bomberos tendrían muy difícil acceder para extinguir las llamas. Oigo cómo crepitan los inmuebles, extrañamente deshabitados. Las vigas caen, pero sin hacer ruido. Todo transcurre en una atmósfera de extraña serenidad, como si en lugar de suceder, aconteciera en una simultaneidad sagrada. Y yo permanezco incólume, en el centro del desastre, calentándome al albur de mi infantil fechoría.
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Podaba sus ramas para no quedarse en arbusto prolijo e insustancial, y acabó convertido en poste exento y monocorde.
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Reconozco mis epidosiod de alienación porque todo lo que me rodea, me resulta vagamente familiar...
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Todas las horas que la semilla consumió bajo la negra tierra, la flor la traduce en colores y aromas y nostalgias de nadie sabe qué, exactamente...