Entre ningún sitio y ningún sitio: allí instala su escritorio (J. DOCE, Hormigas blancas, 2005)
Para acertar a escribir unas pocas frases, debe creer, ya no sólo en su relativa suficiencia, sino en su absoluta autarquía.
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Lo que nos mata son los tiempos muertos.
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Ya no es que la obra decaiga o el escenario luzca pobre y vacío, sino que el actor ha dejado de creer que aún lo sea.
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Para poder desplegar su esencia ubicua e inmaterial, el pensamiento requiere una sede fija y estable aunque sea la de las suelas de los zapatos.
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Lejos de mi casa natal, la intemperie, ningún techo me ofrece cobijo.
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La identidad sólo existe cuando se desdobla.
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Para despojar a la abdicación de su cariz vergonzante, es preciso proclamarla, exhibirla, convertirla en una modalidad irónica (y superior) de ejercer la monarquía.
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A piñón fijo, el espíritu describe ondulaciones.
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Si bien está lo que bien acaba, y sólo eso, entonces no tenemos salvación.
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La conciencia más infeliz no es la que se siente desgajada del Todo, sino la que se reconoce inscrita en una globalidad equivocada.
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Su perfeccionismo le lleva a acoger sus errores con espíritu de orfebre: los mima, los pule, les saca brillo.
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Desde que sabe que no seguirá el camino de las cometas a las cuales echa a volar, sujeta el hilo con cierta displicencia.
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¿Y la satisfacción del deber incumplido? Como una laguna blanca en un páramo gris y arenoso.
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Independance Day: aquel en el que la perspectiva de encerrarnos en una buhardilla con un lápiz y unas cuartillas se nos antojara la imagen perfecta de la liberación.
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Rindo culto a los años plenos, permanezco fiel a su influjo, lo mantengo fresco y lozano para que, en el instante mismo de mi muerte, caiga sobre mí y me envuelva como un sudario.
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A menudo, para ver claro es preciso correr las cortinas.
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Lo peor del verano es que excluye el incienso.
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No es la perspectiva una mirada fría y en cuanto tal más objetiva, sino una visión igualmente parcial que cuece a una temperatura muy baja.
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Reconoce los momentos de trance porque, al salir de ellos, es la realidad la que se desfigura.
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Músicas inaugurales: llaman a otras para que se unan al cortejo.
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La buena escenografía es la que consigue mostrar los objetos y las personas en toda su desnudez.
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La capacidad de ciertos instantes para redimir todos los que les precedieron, y aun un puñado de los que les seguirán.
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El único que se refleja en todos los espejos es el vampiro: el que bebe en los demás.
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Sueños que inducen a soñar, no a ser soñados. Son los únicos que saltan la tapia.
Ni muerto aún, ni ya vivo del todo, ¿qué hago yo aquí?
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Cuanto más ubicado, más desorientado.
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La estrella polar sólo aparece fija para el caminante: a los ojos del sedentario, siempre duda y vacila.
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La algarabía que, en plena actualidad, nos resulta frágil y vulnerable, en la memoria se nos antoja como lo más sólido que hemos vivido nunca.
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Poetas esenciales: en sus silencios les conoceréis.
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La capa de hielo que crece sobre mi cráneo se va haciendo cada vez más gruesa, y mi solución de aplicarme capas de grasa sobre la piel no mejora las cosas.
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Peor que no escribir es hacerlo a la contra.
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Hace un año, ¡qué alto estaba! ¿Ha sido el suelo que ha cedido o soy yo, quien se ha despeñado?
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En plena sequía, ¿quién es capaz de recordarse empapado?
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El pez habituado a retozar en el lecho sucio de los ríos, se asfixia en el agua limpia de una pecera.
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Hay que pedir como si ya se tuviera y desprenderse igual que si nunca nos fuésemos a sentir colmados. Hay que moverse por entre los bienes como reyes que abdicaron media hora antes de verse expulsados el trono.
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Recuerda que las flores sólo liberan su aroma cuando se abren.