6 de Abril 2006

LA HORA DE LA VERDAD


Una caña bien armada no puede prescindir, ni del plomo que lleva el anzuelo hacia el fondo, ni de la boya que la mantiene a una prudente distancia de la superficie.


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El árbol de la consumación no da frutos: sólo florece.


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La única tapia que nunca debiste saltar fue la de tu propio cementerio.


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No hay nada tan destructivo como un único individuo, dispuesto a construir a cualquier precio.


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La opulencia pesa tanto como la penuria, pero es más densa: por eso se hunde más rápidamente.


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El pájaro entra en la edad adulta, no cuando aprende a volar, sino cuando, en lugar de limitarse a piar, es capaz de articular su propio canto.


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Si insistes en adaptar tu mente a la forma de tu asiento, es natural que acabe mostrando apostura de butaca o de sillón.


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Encontrar la propia voz y perder el oído: ¿puede haber una perspectiva peor para el filósofo-cantante?


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La música de las esferas lo acaba cuadrando todo.


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Si quien canta sus males espanta es porque uno recobra la conciencia de que, al cabo, sólo somos aire que nace de la nada para volver a ella, tras describir un arabesco en el vacío.


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Por debajo de tus pies estáticos (tanto más cuanto más se mueven), siguen corriendo las aguas subterráneas. Un resbalón —o aún mejor: un auténtico lanzamiento— te devolvería al arroyo impetuoso de la informalidad de la que partiste y a la cual, tarde o temprano, te tendrás que reintegrar.


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Al vigía insobornable que todos (más o menos inhibido, más o menos hipertrofiado) llevamos dentro, sólo UNA COSA lo puede acallar, y no cualquier sucedáneo.


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La escueta Hora de la Verdad se lleva por delante una semana, un mes e incluso años de mentiras, falsedad y simulaciones, del mismo modo que para curar la indigestión provocada por una opípara cena basta con un dedal de bicarbonato.

Escrito por JoséLuis a las 6 de Abril 2006 a las 05:19 PM