La autocompasión es la versión flácida de la egolatría.
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Como el cigarro que sostienes entre los labios, la poesía sólo se inflama y prende con tu inspiración consciente.
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No hay impopularidad más despiadada, en tiempos de mendicidad, que la indiferencia colectiva.
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Estrella menguante, la que te guía hacia la nada.
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Con lúcida meticulosidad consigno las vicisitudes de mi ofuscación creciente.
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Querer justo lo contrario de lo que se tiene y que, en su momento, fue asimismo deseado constituye una de las formas más consumadas (y perversas) de autodestrucción.
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La extrema proximidad de la reversión del proceso la proyecta al limbo de los sueños que no se consumarán.
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Tras la tortuga de la dádiva corre la liebre del agradecimiento.
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Entre los pliegues del recuerdo figuran, en páginas alternas, tu condena y tu salvación.
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Las salpicaduras del tiempo en el mandil de la fe.
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Los que, con gran aparato, hablando del Mal abstracto (mayestático y fenomenal), en verdad sólo expresan sus propias taras, concretas y fantasmagóricas.
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Una octavilla es una cuartilla doblada por la mitad. Un folio, una cuartilla desplegada en el espacio imaginario. El universo se dilata y se contrae entre los dedos de un demiurgo blanco y delgado.
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Cambio de útil de escritura del lápiz vacilante al estentóreo rotulador, y se modifica infinitesimalmente el latido de mi corazón grafómano.
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Placeres de museo cobran de nuevo vida al mostrarlos en mi cotidiana exposición.
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Una levísima alteración en el orden instaurado (ya sea a escala personal, ya pública y notoria) provoca serios giros evolutivos.
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Fondo de catálogo: no existe hasta su reediciónmomento en que merece honores de novedad absoluta.
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Si perdemos fácilmente la (re)concentración es por la sensación de omnipotencia, de completa disponibiliad que nos invade en un estado, sin embargo, tan precario.
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Como esa pila, que tiene energía bastante para dar luz pero no para arrastrar un mecanismo, heme aquí todavía vivo, no para volar, sí para deslizarme.
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O César, o nada: al rotundo vocacional no le manchan las medias tintas, pues con ellas no sabe (ni quiere) escribir nada para recordar.
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La mediocridad dorada (el aura mediana del sabio corriente, ¡hoy!, tan escaso) nada tiene que envidiar al falso prestigio del penúltimo notario.
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En el aderezo plasma la sustancia su incapacidad; en los rodeos, su rumbo los caminos.
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La redención sólo la pierdes cuando la dejas de anhelar.
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Si Ulises salió indemne de su encuentro con las sirenas fue al precio de automutilarse.
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Lo esencial, en una frase aislada, es la multitud de contextos interpretativos en la que podría ser insertada sin menoscabo de su integridad literal.
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Piezas de un puzzle cuya imagen completa nadie supuso por anticipado.
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Por la cicatriz cada día más estrecha y superficial que dejó el aguijón de la realidad pura, el espíritu a duras penas respira.
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Anda y siéntate, que la mesa arrecia.
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La ambigüedad, en términos escritos, sólo es admisible cuando espontánea e imposible de domeñar.
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Aguafiestas: maestro de ceremonias dúctiles y transparentes.
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Por la pendiente nevada, la frase asciende como si resbalase cuesta abajo.
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La incomprensión general aumenta de manera proporcional al descenso en el número de idiolectos.
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La clave es que no hay clave.
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En una mente que ha derribado los estrechos muros de la intelección común, el sentido deambula.
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No puede ser casual que el signo gráfico que expresa la incógnita sea el que utilizamos para tachar.
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Para que el esfuerzo que requiere el conocimiento me parezca rentable, debe incrementar en mí la jerarquía de lo que me queda por conocer.
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Los cabellos más finos son los que se enredan con mayor facilidad.
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Rara vez se rompe la punta del lápiz que se estrella contra el suelo: a lo sumo, se desmocha.
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Sólo hablo para duplicar el valor de mis silencios.
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Encendamos la luz, de acuerdo, pero a condición de venerar el halo de sombras que suscitará a su alrededor.
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Sobre la luenga lengua de la sombra del ciprés, los gusanos acampan.
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El paso de tus pasos por el camino no ha de dejar la estela misma que abriste al campo de las espigas tiernas, allá en la meseta con tornasoles.
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No discierne el cauce del río las aguas que cayeron del cielo de las que emergen de la profundidad ambas líquido testigo de la intimidad del orbe que fluye y, fluyendo, se aleja.
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En la ligera torsión del sentido recto de las palabras, el lenguaje recobra su pregnancia original (que es tierna, verde y ondula).
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Ningún obstáculo detiene el curso del agua: el que no sea superado por arriba con la fuerza, lo será por abajo con la impregnación.
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Pregúntale al castor por la naturaleza anfibia del pulmón. Aprende por emulación de su habilidad para nadar entre dos mundos.
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La voluntad de favorecer a cualquier precio la comunicación pone en peligro tu gratuita capacidad de expresarte.