27 de Diciembre 2005

ESCALERAS DE BAJADA

La chispa extraña sólo deviene hoguera si prende en leña familiar.


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Sólo tras mucho convocarla oníricamente comparece la presencia real.


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De poco sirve tensar la cuerda si ésta no vibra.


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La carne que no ensueña acaba convertida en insípida mojama: sin agua, sin luz, pura evidencia animal que no por mucho durar te lleva más arriba.


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Expongo en mis paredes los sueños que materialicé como si fuesen cráneos de fieras que ya ni pueden morder ni atemorizarme.


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Perdida la inmediatez de la quimera, deambulo distraído por los arrabales describiendo enormes rodeos. Un sol confuso desorienta todos mis pasos, mientras intuyo la senda que desemboque de nuevo en mi destino. Soy el humilde peregrino de las plenitudes perdidas, el vagabundo a la greña de lo que pudo ser, fue y se fue…


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Gallináceo se vuelve el vuelo del ave que no da con las corrientes de aire que le hagan planear.


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El sismólogo depende de las sacudidas de la tierra como el agricultor de las variaciones meteorológicas, a las que ambos contemplan con una mezcla de esperanza y temor. El escritor de diarios no puede dejar de sentir una densa empatía por ambos.


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Estrujando un limón exangüe, trato de apurar las últimas gotas ácidas antes de inclinarme por los sabores dulces, salados y picantes.


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La luz común desgarra las neblinas particulares, sin las cuales pierde sentido incluso el distinguir entre público y privado, onírico y real.


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Las restricciones le devuelven su sabor a la excepción —la cual, elevada a rango de ley, se volvió insípida.


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Se felicita el canto rodado de haber perdido las aristas que le impedían circular (aun al precio de alisarse).


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De tripas, corazón —y de la mente desnuda, el orbe entero: no hay brida que sojuzgue a la imaginación desbocada.


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Se reconoce al amo y al esclavo porque éste especula con nociones ajenas.


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Alejandrinismo de la pasión: todo impulso arrancando de atrás.


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Te vuelves viejo cuando conviertes el hallazgo en constatación; la conquista, en pacto; los augurios, en puras reminiscencias.


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Lo que tú llamas apostilla, yo lo considero pústula, cicatriz, herida sellada.


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No basta con enunciar una verdad: hay que encarnarla.


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Dos fuerzas pugnan (el entusiasmo y la decepción) por seducir a nuestro esmero.


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Ni pena, ni gloria: un tenue des-contento, una satisfacción apenas blanda, un estar no estando que se llena y se vacía como un pulmón en el aire matinal.


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En distinto barco —mi convicción, por un lado; mi embriaguez, por otro—, yo navego o embarranco.


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De ser concebido hoy, al camaleón lo crearían con alas.


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La certidumbre que al vaquero le proporcionan las amplias praderas, se convierte en irrealidad tras la verja repintada.


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Jerarquía lateral: ante la embestida de la res, el creador es el único capote.


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Lo indeterminado proporciona techumbre al afán del corazón silvestre.


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Horizonte: máxima definición, cuya extrema lejanía libera las amarras indecisas de la inmediatez.


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Lo que salva al hombre se ubica en el centro, pero se conquista por los bordes.


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La excesiva precisión puede ser desleal para con el objeto amado.


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En el tubérculo se aúnan las virtudes que para sí ensueña el poeta aéreo: oscuridad, apego a la tierra y lealtad a la hinchada suculencia de la raíz.


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Quiero ser como Rubinstein, y tocar un vals como si fuese un nocturno.


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Pour Char, contre Char. ¿Cómo vais a oírme? Estoy tan cerca…


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La música sólo cala cuando se aproxima al filo de lo inaudible.


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Cambié la pluma por el lápiz para poder enmendar mis errores de escritura —y fue entonces cuando empecé a equivocarme.


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Esbozarse a vuelapluma para recapitular y, como reptil, pasarse lentamente a limpio.


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Lo que cuenta de lo escrito no es el timbre, ni la melodía, ni siquiera la tesitura, sino la densidad y amplitud de sus armónicos.


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Aspiro (inspiro) a una escritura tan íntima que acabe deviniendo impersonal, de todos y cada uno (espiro).

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Tras coronar el techo del mundo, al alpinista todas las escaleras le parecen de bajada.

Escrito por JoséLuis a las 27 de Diciembre 2005 a las 12:58 PM