Incido una y otra vez en un segmento muy preciso de mi memoria con el propósito de convertirlo en un hito físico del cerebro, en una más de sus múltiples circonvoluciones.
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Uno se acaba habituando a (e ignorando) la necedad, el vicio y los errores como al compás incansable de la propia respiración.
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El mismo placer que un día obtienes de la novedad, otro lo encuentras en la repetición. Insensato actuar con la mente puesta en tus reacciones.
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El espíritu aspira a la satisfacción, pero sueña en el fajín con el desbordamiento: su ansia es de muy otra especie.
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Si te hastía la vulgaridad de los instantes no es porque se repita demasiado, sino demasiado poco.
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Un placer es un dolor que, de tanto insistir, ha mutado en su contrario.
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Al aburrimiento hay que combatirlo, no con distracciones, sino con más y más aburrimiento.
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Pregúntale al orante: para él, cada nueva letanía es una letanía nueva, lo mismo de siempre es la absoluta innovación.
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Sólo quien ha cultivado su propio tedio con el ahínco que otros invierten en distraerse, logrará trascender la antinomia entre lo ligero y lo pesado, lo telúrico y lo celeste.
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El peor remedio para los males es contemporizar.
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Ante un síntoma de pesadumbre: más de lo mismo. Hasta que se convierta en radiante alegría.
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El denuedo mudo de hoy es la elocuente tersura de mañana.
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Concentrar-se en un área diminuta de lo real, cultivarla para que exude su infinita vastedad.
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Lo pequeño es enorme si lo miras muy de cerca. Lo grande se encoge cuando te invade la remota distancia del desapego.
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El tamaño del mundo coincide con la intensidad de tu atención.
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Mandala: la inmensidad reside en tu cuerpo limitado, el exterior con el que sueñas es el interior que deploras.