La evolución quizá si describa una trayectoria lineal, pero lo seguro es el carácter errático y deambulatorio de la reflexión.
Laberinto plagado de curvas y meandros, uno se adentra por sus callejas seguro del punto de partida (yo soy yo, y medito), pero incierto acerca del puerto final, y aun de su existencia.
Por la mente se navega, eso es evidente, pero a la deriva: sin timón ni bote salvavidas. A través de regueros y canales se hunde la mirada en lo incierto, palpando, tratando de vislumbrar una ruta que no hay, pues el movimiento se demuestra andando y la línea del horizonte, en cambio, retrocede a cada paso que se da.
Armado con la linterna de un solo ojo (el explorador es un cíclope con los pies de barro y la frente despeinada), se confunde el túnel con una tubería ¿de alimentación o de desagüe? Inútil preguntarle al barquero acerca de la estabilidad de su embarcación: bastante tarea tiene con seguir reclutando marineros como para, además, atender a su pasaje.
La madeja de los vientos nos enreda con sus seducciones volubles, pero la estrategia del timonel no es aferrarse a su volante sino transformarla en rueda de la fortuna: ¡que gire la sagrada hipotenusa y se consume en su ser cambiante el triángulo abismal de las Bermudas!
Escrito por JoséLuis a las 24 de Diciembre 2004 a las 12:36 PM