9 de Noviembre 2004

DOBLE O NADA

El ser es la nada si no se repite, con sentido, en otro plano. Todo alcanza su identidad cuando se proyecta y, desdoblándose, sale de sí y se contempla, ya sea como isla a la deriva, ya sea como estático archipiélago. Existir es verse como si fuéramos vistos; lo sustantivo es lo especular.

Las cosas, al igual que las personas, aman la duplicación: por eso existen la transferencia y el delirio, el sueño, la nostalgia y la duplicación, para brindar a las criaturas una compañía onírica y, de paso, un espectador. En la elipse de escindirse para recomponerse más lejos, en el arabesco de la conciliación remota, la esencia accede a su autopercepción y se sutura al fin la gran fractura (asiento-movimiento, agente-paciente, sustancia y accidente, pero nunca los dos al mismo tiempo).

No existe razón de amor más bella que la de conocerse lo que es en su encarnación objetual; no hay placer comparable al de ser y aparecer ante uno mismo y, sin embargo, ya por siempre otro. Este es el motivo por el que narramos, fingimos y nos disfrazamos. Para saber cuál es nuestra verdad más íntima, hemos de cruzar la estigia del propio desconocimiento en el orco.

He aquí la paradoja: uno es uno sólo si es dos, público y actor, flecha y diana, querencia de mismidad en la alteridad consumada.

Escrito por JoséLuis a las 9 de Noviembre 2004 a las 04:57 PM