En un enorme carguero viajan mis logros por el mar. Hace años que zarparon de la que fue su tierra natal, una isla volcánica del tamaño de un continente. En todo este tiempo, rara vez han tocado puerto: su vocación es navegar, en la medida de lo humanamente posible, a cierta distancia de suelo firme.
En estas condiciones, la travesía se hace larga; la vida a bordo, entre infernal y sublime. Cunde la desesperanza por la falta de expectativa inmediata: unos se entregan a la melancolía feroz (cualquier tiempo pasado fue mejor, eso es cosa sabida); otros, elucubran con divisar un continente nuevo y, sólo por eso, infinitamente consolador; en fin, los hay también como el propio capitán, un hombre curtido de piel y con la mirada ausente que se limitan a cumplir con su misión: guardar cierto decoro en la manifestación de las emociones, nunca conversar sobre cosas que no se ven y mantenerse en un permanente estado de alerta, por si se divisa la costa soñada, el perfil de la última playa, el lugar al que iremos a parar tras dejar a nuestra espalda el desierto de arena y cal del que (un día perdido entre la bruma y la sal) todos partimos: los marinos y el pasaje, la carga y la tripulación.
Escrito por JoséLuis a las 22 de Octubre 2004 a las 12:41 PM