Mi pasado me pega. Desde hace muchos meses (que es un modo piadoso de escribir: desde hace algunos años), mi memoria se complace en hostigarme con toda suerte de dardos, pullas y reproches. Y a fe que dispara con artillería pesada, la condenada. Sabe por dónde atacar. Me espeta, por ejemplo:
¿Desde hace cuánto tiempo no degustas un instante como si lo estuvieras proyectando sobre la Sábana Santa del infinito?
Bien sabe el músico que llevo dentro lo que cuesta demorar un acorde en la guitarra: por eso se recurre al viejo truco del plagio y la autocompasión. Pero el recuerdo no quiere saber nada de turbios manejos ni artificios de perdedor: aspira a la máxima intensidad durante el ciclo completo de la vida. Eso no es fácil de aguantar, menos aún si no estás dotado de una espalda de marinero o de estibador.
Vas a convertirte en un gaitero: mueves los dedos aunque el aire hace mucho que no llena tu ridículo pellejo, ¡prestidigitador!
Duele comprobar que dentro de toda conciencia juvenil hay un notario cargándose de razones.
Mira lo que has hecho: te nombramos pianista y tú te has rebajado al papel de organillero: rollo tras rollo, hasta el embrollo final.
Los palos me llueven de frente y de costado. Todos y cada uno de los triunfos que atesoré en otro tiempo en cualquier caso lejano, me revierte a día de hoy en forma de imprecación.
¡Farsante! Hablas de oídas. Ni una sola frase de las que has pronunciado en los últimos tiempos resistiría la prueba del nueve de la auténtica inspiración (que es siempre abisal y huele a magma y a semen de ballena madura).
Yo ya sé que cojeo del pie izquierdo, que no consigo alzar el vuelo y me limito a corretear de acá para allá por un gallinero hediondo. Yo ya sé que no aprehendo y me conformo con fingir desilusión.
Intento ensoñar y mantener mi secular prestigio onírico. Pero es en vano: yazgo atado a los barrotes de una cama que no es la mía, la noche avanza y el despertador parece que está definitivamente averiado.
Tú eres tu propio gallo. Anúnciate el mensaje que conoces de sobras y volverá a refrescar el alba la visión de tus proezas y fracasos.
Callo. Hay un deje compasivo en el supuesto enterrador. Si me endilga el gran sablazo es porque atina más que yo: su misión es recobrarme para el mundo de la piratería sagrada.
Me descubro. Voy.