Soy un hombre sin convicciones: no tengo ideas preconcebidas sobre ningún asunto, carezco de criterio fijo acerca de lo conveniente o lo perjudicial (siempre decido sobre la marcha), ignoro la sujeción a un artículo de fe o un dogma estable que anteponga el carro de la respuesta a los bueyes de la cuestión.
Soy un hombre voluble, cambiante, tornadizo: me adapto a la circunstancia con la inocencia del agua cuando es vertida en un nuevo recipiente. No conozco por anticipado lo que aún no he visto u oído, ni aventuro conjeturas sobre lo que me puede pasar: empiezo cada día desde cero, sin memoria que lastre mis pasos ni proyectos de futuro (por mucho yo que me desplace, el horizonte permanece siempre lejos).
Soy una hoja en blanco, un lápiz sin dueño, una mano dócil a la fuerza que inscribe, atravesándome, los voluminosos trazos del sentido sobre mi propia superficie insignificante.
Soy un aliado del Destino, el eco de una voz ultramontana que me invade y que profiero en la inconsciencia lúcida de un sueño o una visión. Soy el instrumento idóneo de la naturaleza cuando desea manifestarse a la manera de los hombres. Soy la punta del iceberg, el pico del ave ignota que baja hasta aquí y sobrevuela las cabezas mondas de los hombres de a pie. Soy ctónico y celeste, la crema o la hez, en función de la instrucción que transmita el Amo sobre mi persona. Soy una nada en la que todo encaja.
Por eso he de carecer de atributo o predicado que pudiera interferir en mi tarea de portavoz gubernamental: para reflejar la imagen arcana, este espejo en que me he convertido ha de renunciar a un pensamiento propio, a la propiedad de un nombre cualquiera.
Mi entidad es toda prestada; lo que veis, no soy yo. Como tal, o no existo, o soy absolutamente irrelevante.
Escrito por JoséLuis a las 19 de Octubre 2004 a las 01:54 PM