He sabido de aves que jamás han tocado el suelo: su vida se despliega absoluta en el medio aéreo, suspendida en un limbo que llamaría ingrávido de no saber (como yo sé) que la sostienen los vientos.
Estos pájaros estratosféricos permanecen durante días en un estado de total desapego respecto a las corrientes atmosféricas: se dejan llevar, flotan, están sumidos en una confianza tal, que vagan por sobre las nubes sin traicionar jamás su propio centro. Más que volar, planean sin un plan: su cuerpo es una vela mecida por su estática sugestión, sus ojos brillan llenos de luz y alegría, su vida se resume en una impávida exterioridad muy próxima al sol.
Transidas de espacio, son estas criaturas lo más próximo a lo angélico que conciba el pensamiento: si estuviesen tan sólo un poco más lejos, resultarían invisibles por completo. Ellas marcan, con su grácil liviandad remota, el punto de separación entre lo condicionado y lo que no admite condición.
Mirándolas, a nosotros mismos nos vemos en un estado mejor: más ligeros, iluminados, ya no más embarullados en un ovillo de problemas falsos sin posible solución.
Soñando con los pájaros que duermen volando, en cambio, vivimos un rapto efímero, una ausencia celeste durante la cual entramos en contacto con lo esencial que, precisamente por serlo, se aparece bello, bueno y verdadero.
Y, viendo, nos purificamos. Aunque sea por delegación.
Escrito por JoséLuis a las 7 de Octubre 2004 a las 01:07 PM