Equilibrio, armonía, basculación: soltar para centrarse, ir tomándole el pulso a la música, ceder el paso, empezar a subir (todo ello sin abandonar en ningún momento la común voluntad, del cuerpo humano y el cuerpo celeste, de aunar la oscilación en una única ola sonora).
Hablo de danza y hablo de golf, de discos de jazz prensados en negro, de esgrima y tiro con arco. Hablo del golpe certero con que el taco de billar empuja la bolita al agujero (llamarlo sima sería desproporcionado, estando como estamos en un ámbito profano). Hablo de hablar con la lengua bífida de los poetas: una punta en el subsuelo y la otra, ondeando cual bandera con el viento del invierno. Hablo de caminos que se desprenden de su peso y se transforman en alfombras voladoras, arrastrando en su despegue a cuanto estulto y mequetrefe se empeñe en lastrarlo con sus bultos y tapujos de los dimes y diretes.
Hablo de la cinta de la escuálida gimnasta, y de los bolos del artista malabar, y del chorro de fuego que rasga las noches de este otoño que empieza y no sé cómo va a acabar, si tras los primeros compases de la orquesta ya me he olvidado hasta de cómo me llamo. Lo cual es normal, si atendemos al hecho cierto de que en la pista somos cuatro gatos y, por ahora al menos, yo no vi ningún ratón.
Escrito por JoséLuis a las 3 de Octubre 2004 a las 01:39 PM