¿Hacia dónde va una hora sin un mundo que la asombre? (J. GUILLÉN, Cántico)
El día (pútrido atanor que raras veces cuece), el día es tórrido: en sus esquinas se acumula la abulia por barrer, el gesto sólito, la inquina a oscuras.
El día desenvuelve y, a veces, se desenvuelve: todo depende de la angostura con que discurran los líquidos antes de volverse sólidos, todo depende de la dosis de amargura y la inquina subsiguiente.
El día es un bólido dotado de ruedas muy finas: a la mínima revientan y revierten el veneno a su legítimo dueño, al anónimo autor, al cuentacuentos.
El día es una sabana plana poblada por muy pocas espcies: un león, cuatro jirafas y un cruce raro entre áspid y camaleón, espejito y serpiente (ése, ése soy yo: el menos típico, el abrumado).
El día se quiere largo, largo y renuente, y eso me obliga a tratar de habitarlo, a podarlo o evitarlo, lo cual visto desde lo alto viene a ser equivalente.
El día, a poco que te descuidas, languidece sin que apenas nada ocurra, nada indómito, se entiende: lo esperado redunda siempre en lo esclerótico.
El día manda, pero uno le planta cara y no obedece: con estólida apostura, en una sola hora se guarece como sombra que hace agua, como estatua helada o colchón de plumas. Así emboscado, lo real se hace simbólico y la vida se mantiene una sola todavía: franca y transparente, mística y gatuna, blanda, evanescente, física, espiritual, hondura, pendiente, calma que a la danza va a parar, corriente que se aserena, éxtasis, coagulación.
Tal es la maña de la hora presente: esta misma en la que ahora vivo y escribo, ardiente y generosa, consumación de lo oculto en lo evidente, ay, pero muy breve: hola y adiós, y lo soso vuelve.
Escrito por JoséLuis a las 29 de Agosto 2004 a las 09:28 PM