29 de Agosto 2004

LA MAGNÍFICA SOMBRA DE LA HORA ASOMBROSA

“¿Hacia dónde va una hora sin un mundo que la asombre?” (J. GUILLÉN, Cántico)

El día (pútrido atanor que raras veces cuece), el día es tórrido: en sus esquinas se acumula la abulia por barrer, el gesto sólito, la inquina a oscuras.

El día desenvuelve y, a veces, se desenvuelve: todo depende de la angostura con que discurran los líquidos antes de volverse sólidos, todo depende de la dosis de amargura y la inquina subsiguiente.

El día es un bólido dotado de ruedas muy finas: a la mínima revientan y revierten el veneno a su legítimo dueño, al anónimo autor, al cuentacuentos.

El día es una sabana plana poblada por muy pocas espcies: un león, cuatro jirafas y un cruce raro entre áspid y camaleón, espejito y serpiente (ése, ése soy yo: el menos típico, el abrumado).

El día se quiere largo, largo y renuente, y eso me obliga a tratar de habitarlo, a podarlo o evitarlo, lo cual –visto desde lo alto– viene a ser equivalente.

El día, a poco que te descuidas, languidece sin que apenas nada ocurra, nada indómito, se entiende: lo esperado redunda siempre en lo esclerótico.

El día manda, pero uno le planta cara y no obedece: con estólida apostura, en una sola hora se guarece como sombra que hace agua, como estatua helada o colchón de plumas. Así emboscado, lo real se hace simbólico y la vida se mantiene una sola todavía: franca y transparente, mística y gatuna, blanda, evanescente, física, espiritual, hondura, pendiente, calma que a la danza va a parar, corriente que se aserena, éxtasis, coagulación.

Tal es la maña de la hora presente: esta misma en la que ahora vivo y escribo, ardiente y generosa, consumación de lo oculto en lo evidente, ay, pero muy breve: hola y adiós, y lo soso vuelve.

Escrito por JoséLuis a las 29 de Agosto 2004 a las 09:28 PM