Hay que empezar de nuevo.
Hay que hendir la capa dura de hielo y amasar otra forma que convoque al tiempo (el gran menospreciado) y le induzca a intervenir.
Hay que declinar la invitación de las hormas coaguladas, siempre renuentes a dejarse arrastrar por la corriente principal, y admitir que, en materia de afluencia, es mejor confiarse al reflujo innominado que abrazar el borde del cauce y quedarse sin caudal.
Hay que abrir las compuertas del embalse artificial, fluir más allá de las barreras, derramarse por los prados, anegar todo el país con promesas y quimeras, llorar por los vivos y con los muertos reír ellos conocen otros modos de existir, más atentos a la materia circulante que a los cuerpos rematados.
Hay que saltar la cerca si se quiere catar los frutos del sembrado, que es abarcable con el pie pero desprecia cualquier mano (sobre todo, la del agrimensor).
Hay que decantarse: el grosor o la extensión, la paz superficial o la dulzura algo acre de los pozos.
En cualquier caso, lo tienes que aceptar: entre el cuerdo y el loco, tú optas siempre por el lado salvaje. Tal vez acabes, a imitación de los tarados, roto en mil pedazos y al cabo infructuoso pero, llegado a esta altura del viaje, ¿quién, en tu lugar, optaría por la vida de la tortuga (centenaria abulia siempre a salvo) pudiendo consagrarse a la del oso?
Escrito por JoséLuis a las 29 de Agosto 2004 a las 09:24 PM