Empezar de cero cada día, sin herencias ni obsoletos lastres que te impidan divagar.
Entregarse a la vacilación de los rumbos inmediatos, ya que el norte de la vida se destila desde siempre hacia abajo.
Ensoñar, ensoñarse: indefinir la dirección, cubrirse de niebla, tomar cualquier camino a sabiendas de que el ritmo que cuenta es interior y no se escucha desde fuera.
Creer a despecho de lo creído. Confiar, ser inocente. Preservar la textura del viento en nuestra piel. Mantenerse hipersensible. Ser fiel a lo que nos permite percibirnos líquidos y gaseosos (o en su defecto, metamórficos).
Querer a tientas, por no aplastar la finísima película del deseo contra el muro duro de su realización.
Vivir en un estado deambulante, en la inconsciencia de sentir únicamente lo que viene como viene, y eso nadie lo sabe hasta que lo sabe aun cuando jamás, empero, es demasiado tarde: no soy hegeliano en eso.
Inconcluir, emborronar, instalarse en lo impreciso, prescindir de los balances, no calcular. Añadir sumando tras sumando y abstenerse de averiguar cuál es el montante final.
Librarse a los destinos encontrados, y que sean ellos quienes batallen por nosotros (sus activos espectadores: sus agentes más porosos).
Aunar nuestro cuerpo limitado a lo ignoto desmedido. Precipitarse en el vacío de la impresión, y sostenerse, y no caer: pensarse etéreo, y serlo.
Esa es la vocación de los seres insustanciales tal y como yo lo soy: nunca nada nadie por los siglos de los siglos. Así se escribe el himno. Así se entona la canción.
Escrito por JoséLuis a las 29 de Agosto 2004 a las 09:24 PM