Y los mismos clavos que te auparon ahora te hacen caer, y remachan la tapa de la caja donde ibas a poner tus huesos a descansar y ya no, claro, ya no puedes, apenas queda una rendija por donde echar un ojo al interior y ver que está vacío
Y la propia estaca por la que ascendiste hasta lo alto del campanario se te ha hundido en el corazón, dejando a la intemperie un atajo de harapos y rellenos blandos, excepción hecha del maldito algodón, está claro, demasiado blanco como para no ensuciarlo al menor contacto con tu mano amputada y su correspondiente muñón
Y el arnés con que escalaste está gastado, míralo, una maraña de hilos cada uno por su lado, sin empaste ni amparo en el lado malo de la montaña
Y la vida extrema se está aplanando bajo el peso de tu excesiva atención a los detalles, gran error, como si ellos tuvieran la clave y tú no, que eres quien los concita enderredor y los fija en la diana ambulante del rechazo y la atracción
Y, llegados a cierto punto de la línea recta hacia la salida, el tiempo acumulado puede más que los instantes por venir
Y el lastre cuenta, y al final es quien dirime las tensiones que era a ti, a quien tocaba decidir, oh pusilánime o inerte corazón desvencijado
Y las velas que ayer hinchaba el viento, míralas, ondean flácidas igual que banderas de un reino derrotado
Y los vértigos, si te acucian, es en una perspectiva plana, apenas sellos de correos donde recreas batallas pasadas con las armas que mañana habrías de cargar, pero no dispararás, no, no lo harás porque el mapa se ha plegado sobre sí mismo y te has quedado en medio, chiquito y desorientado
tú, el cartógrafo del vacío, el zahorí del alba, el ínclito fracasador convertido al fin en autosepulturero.
Escrito por JoséLuis a las 11 de Agosto 2004 a las 09:45 PM