No hay nada que decir, todo está expuesto, y sin embargo es preciso seguir hablando, aunque sea por no retener el aire en las entrañas, o que ese aire no nos penetre y volvamos a sentirnos vacíos y hueros como el día justo antes de empezar a escribir.
Porque si agarramos la estilográfica (no fue un tomar, ese asimiento: había algo de zarpas desesperadas, de búsqueda de absolución), si fue derramada la tinta en nuestros dedos fue para que empapásemos el blanco con ella, y hasta el momento más estéril hallara cobijo y no quedase a la intemperie.
El día en que abrimos la caja de los lápices y nos apostamos frente al trozo de papel fue con la inocencia de un niño que cruza la línea de demarcación sin saber lo que está separando fue con afanes de extravío, que perseveramos en la fuga implícita en rasgar los silencios con un chasquido de cortina al descorrerse y mostrar lo que ocultaba.
Luego se sucedieron los episodios más o menos banales, su transcripción esmerada o pujante o francamente torticera, todo en aras de una densidad que tiene mucho de anuncio, o de una ligereza parecida a una reverberación ¿de qué? Eso nunca lo he sabido. Quizás sea por eso, por esa ignorancia esencial del origen y el destino de todo, por lo que me permito tabular aún cada palabra con el mimo que los hombres de bien reservan a su oficio, su afición o su santa esposa. Quizás ese sea el motivo, no, quizás no, seguro, por el que prosigo en una senda que no me lleva a parte alguna, pero de la cual no me puedo desviar, a riesgo de precipitarme en una mudez aún más oscura que la de guardar un respetuoso silencio: la que asalta a quienes se empeñan en repetir un gesto antiguo y ya vacío de contenido.
No tengo nada que decir, y sin embargo lo digo. Y este decir que no dice nada me redime en cierto modo del peso que supone decir cualquier otra cosa en su lugar. Que el vacío que no colmo con palabras sea el testimonio, en estos lapsos de insostenible dejadez, de mi pusilánime honestidad.
Escrito por JoséLuis a las 10 de Agosto 2004 a las 12:56 PM