27 de Julio 2004

El escritor de fragmentos

Cada mañana es la misma mañana: muda, alba, sin roturar, llena de promesas o presta a despeñarse por la cuesta del olvido.

Cada mañana es un pozo del que pueden extraerse cubos de agua, de aire o de cieno: en vilo hago bajar el cubo hasta los fondos oscuros del manantial.

Cada mañana es una pendiente. Si asciende o desciende, depende de la habilidad o de la entrega o del azar o de la dirección de los vientos que me azotan aquí, en mi inestable posadero.

Cada mañana, el escritor de fragmentos se precipita, lenta o vorazmente, sobre el aluvión de sedimentos que aún no pertenecen al orden del acto, el pensamiento o la reflexión. La corriente se retiene a la espera de mi soberana decisión, que la funda y le permite desencadenarse (al fin) sobre el valle de los hombres.

Cada mañana, el escritor de fragmentos toma nota de todo lo que ve. Luego lo cuenta, y hay quien le cree y le redime. ¿De qué? Imposible revelarlo. En el añico se esconden mensajes cifrados en un idioma inexistente: uno lo puede interpretar realmente como quiere. Su sentido es un reflejo de la mañana de cada cual: atestada, vacía, feroz, intrigante, risible, protectora o abismal…

La mañana es el ámbito puro de la libertad.

Escrito por JoséLuis a las 27 de Julio 2004 a las 08:54 PM