GLORIFICACIÓN DE LA QUIMERA
I
Venceré a la hidra del realismo en aras de la pura realidad, que es onírica y prefiere la ensoñación a la vigilia.
Voy a abatir a ese dragón que me calcina, con el análisis, las visiones miríficas del más acá.
He de triunfar, con mi escudo inexistente y el único auxilio de mi fe, en la justa que me enfrenta, un día sí y otro también, contra el monstruo infecto de la incredulidad.
Soy un niño que no ha dejado de insuflar, en un mundo sin gigantes, un gran tamaño a sus quimeras.
Si me abstengo de magnificar, me empequeñezco: quien ha de vivir según las exactas proporciones que se le me imponen, acaba reducido al volumen de su adiós.
II
El hechizo es una sugestión que se impone fácilmente: no en vano, todos dormimos por las noches, vamos al cine y hemos sido niños. Ocurre lo contrario que con la desilusión: para vencernos, ella requiere un arsenal completo de argumentos, técnicas de desgaste y argucias disuasorias de a ver quién es más cutre, impotente y desdichado.
III
Los soldados atribuyen motivaciones rastreras a las órdenes del general, quien, por su parte, supone a su tropa imbuida de un alto sentido del honor. Ambos combaten en la misma guerra, pero cada cual libra una batalla distinta.
IV
Cuando Alonso Quijano se presentó en carne y hueso ante su idealizada Dulcinea del Toboso, ésta le advirtió:
No me beséis, caballero Don Quijote, si no queréis acabar convertido en sapo: mirad que yo no poseo vuestra capacidad de metamorfosis ajena, y todo lo que toco lo convierto en un triste trasunto de mí.
V
Tras responder Edipo a la pregunta de la Esfinge, ésta le castigó, en justa venganza, con un mundo poblado sólo por hombres. El ingenio redujo al rey de Tebas a la escala de un sabio pagano.
VI
Si Mahoma no quiere ir hasta la montaña, que permita a la montaña, por lo menos, quedarse en el sitio donde está, sólida y ajena.
VII
Orfeo cantó a una Eurídice de museo: la ensalzaba de espaldas, como aún debemos hacer quienes le vemos el lado bueno a las personas reales.
VIII
La fotogenia no es un atributo del modelo, sino del ojo del camarógrafo.
IX
La última esposa de Barbazul, la que le hizo sentar la cabeza, fue la que prefirió abrir las ventanas a seguir forzando cerraduras.
X
La orgía perpetua en la que vivía embarcada Madame Bovary no era la orgía perpetua en la que vivía embarcado Gustave Flaubert: una era sustentada y la otra, sustentaba.
XI
El fatalismo es el consuelo de la impotencia. Atribuyéndole sus desgracias al supuesto orden del mundo, se entierra en vida lo que, de ser invertido, bien podría germinar.
XII
De todos los renacuajos que infestan la charca de esta ciudad, tan sólo uno, el abstraído, logrará escapar a las fauces de los barbos.
FINAL
Las únicas profecías que me merecen cierto respeto son aquellas que se cumplen en sí mismas. Todas las demás acaban desmentidas por falacias, ellas sí, autosuficientes.