El amor llama a la credulidad,
o debería hacerlo: para crecer
sin cepos en las piernas,
para dar cancha, para entreabrir
y ver más lejos, más grande,
MEJOR.
El amor anula el miedo
implícito en los cálculos.
El amor salta todas las tapias
o las pinta de colores vistosos
que simulan un paisaje real
de tan ancho, alto y profundo.
El amor nos transforma
en lo que ya deberíamos ser
corregidos y aumentados,
esto es: entrevistos
o soñados.
El amor es profecía
que se cumple en su propia enunciación,
pues avala lo que afirma
el amor con su sangre derramada.
El amor desfigura los límites
artificiales y los vuelve naturales.
El amor se niega a discernir:
todo lo une y lo confunde.
Amando, nos aliamos
en una conspiración carnal.
El amor soy yo mismo
cuando me autosugestiono y nos veo
tal como somos, seremos
o deberíamos ser.
Por eso utilizo la primera persona
al hablar de nosotros: la quimera
de ser empieza por uno mismo
y desemboca en la planta de tus pies.