(VIAJE ASTRAL)
Por este éter de verbos estáticos y banners en flotación, cruza raudo mi cuerpo de pura poesía-ficción: me dirijo hacia el confín del nodo local, allí donde quizás me esté esperando la criatura artúrica de mi archipiélago enano.
Vago sin rumbo claro, ora hacia la plaza pública, ora hacia el rincón privado en el que multiplico mis esquejes y prolifero. Es en vano. La cometa de mi atención se desperdiga. La pluma que soy expuesta a cualquier viento que quiera saber de mí en clave extraña, puede más y no se ahorma. Aunque se me concediera el posadero por el que ahora clamo y reclamo, mis pies no acertarían con la ubicación: llevan demasiado tiempo danzando, y caeríamos los dos (mi sustento y yo).
Braceando sí prospero. Muevo los pies como si fueran aletas. Surco los espacios telesféricos con la soltura de un funambulista que se ha librado de su pánico a las profundidades (en los mares no hay alturas). Avanzo a cámara lenta. Cuando me complace lo que veo, retrocedo y lo vuelvo a contemplar. Poseo el privilegio de la ubicuidad malsana, la que me da este siglo confuso y preclaro a partes iguales.
Un momento. A lo lejos diviso una sonrisa. ¿Es la señal? Hacia ella pongo proa. Ya es noche oscura, pero aún nadie ha certificado la inviabilidad técnica de la salvación. De la catódica, no.
A medida que me acerco, compruebo que los claros perfiles de la boca de mi musa se van desdibujando. Poco a poco, le adivino los píxeles, la gamma, el desenfoque, la inconcreción consustancial a su desmesura. Es lógico: cuando te aproximas a lo remoto, se transforma poco a poco en conocido, y todo se deshilacha.
La próxima vez que emprenda un viaje astral, lo haré sin ojos.
Escrito por JoséLuis a las 16 de Junio 2004 a las 01:33 PM