9 de Junio 2004

Invitación al paro

Me pongo al volante cada mañana de mi cuartilla descapotada, y le pregunto: ¿a dónde vamos hoy? Sus ruedas son mis piernas. Se desplazan hacia adentro. Unas veces, en círculos concéntricos, apenas hacemos otra cosa que girar alrededor de una vieja idea, ya gastada, a la cual le seguimos sacando brillo con nuestra lengua de lustrar significados. Otras veces (más raras y, ya sólo por eso, afortunadas), bailamos en espiral, hacia abajo o hacia arriba, que más da, si lo que importa es conocer, partirse el pecho y la coraza, abrir la luz, ahondar el agua, gozar, gozarse en la autoinmolación que es un bautismo que es una forma inédita de seguir siendo el mismo y siempre distinto.

Así como otros (más altos y más guapos, más vulnerables también al zarpazo del absurdo a mediodía) conducen sus flamantes carromatos hacia cualquier establo ajeno, yo cada mañana tomo las riendas de mi vida escrita y, dócil como un amante reciente, le inquiero: ¿nos vamos o nos quedamos? ¿Quieres guerras o me declaro en paz con el orbe de lo creado, esa fuente infinita de malentendidos? ¿Me hago el quebradizo (ah, la pose exacta del titán que juega a lo que no es) o soy hoy invulnerable: impávido patán de la pata quebrada y en casa?

Todos los días, a las ocho más o menos, mientras las autovías están que revientan de inercias y espectros ambulantes, yo, el parado sólo por fuera, me aventuro por los senderos expeditos del tiempo otro.

Escrito por JoséLuis a las 9 de Junio 2004 a las 01:57 PM
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