Es cuando me siento, que todo empieza a girar. Mientras camino, el tiempo se detiene, mis ideas se coagulan, el mundo parece hacerse más y más denso mientras el pensamiento desearía levitar. Es por eso que he optado por la vida sedente: para poder experimentar el desencadenamiento de las traslaciones débiles, sede principal de la mentalidad fundente.
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Muda de acento: cambia el matiz, desplaza los modos en que asestas los énfasis (no siempre tónicos). Ignora las invitaciones a permanecer: la vida fluye, el río se nos lleva. Sólo el difunto puede navegar sin mojarse los pies y se eleva para contarlo.
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Yo también prefiero el trapecio para verlas venir en movimiento, sin perder por ello el sólido anclaje a mi eje primordial (cambiante por fuera e inerte por dentro).
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La mutua hibridación de las citas y las fuentes originales emula, en el ámbito de la palabra, la ley que tomo de la propia naturaleza en la cual el tronco y las ramas son mutuamente intercambiables.
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La vida es móvil y, para sentirla en mis propias carnes, debo permanecer completamente quieto. Hasta que no empiezo a escuchar el ruido de mi sangre surcándome las venas, juraría que el único acontecimiento digno de cita es la rotación del globo alrededor de su eje del que yo me considero al mismo tiempo alumno y emisario.