23 de Septiembre 2004

LA TRAZA QUE SUBYACE A LOS CAMINOS

Si vira el mundo es para continuar en el mismo sitio, fiel a su eje.

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Con una sed continua de cambios, sacia la boca su perpetua hambre de muerte.

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Repartiendo puntos de luz por un dominio oscurecido, esparzo salpicaduras rojas, ocres y amarillas: así adivino la faz oculta de ese astro que no se ve (pues yo lo tapo con mi cuerpo ansiado de proyección).

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¡Qué más habría querido Sísifo que empujar una esférica piedra rodante! Su fardo, por el contrario, era una bala de paja cuadrada.

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Es preferible una desorientación bien encaminada que un erróneo rumbo fijo.

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Prosperidad no es un tesoro del que uno pueda disponer soberanamente. La auténtica riqueza (en el parqué y en el sagrario) se llama capital circulante y, de tan raro, se diría evanescente.

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El andarín permanece estático en un único punto móvil; el sedente se precipita por innúmeras rutas quietas.

Ningún pie ha conocido todavía la conciliación. Sólo la mano gobierna (y no trasciende): su estática naturaleza le priva del movimiento exterior y la paz interna le concede.

No existe reino más ancho e inabarcable que el que queda al alcance de mis dedos —o eso a ellos les parece.

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La progresiva impermeabilidad de los sentidos ha de ser compensada por una mayor destilación de la mente —la cual, con una materia prima de calidad muy inferior, debe preservar el nivel del licor resultante.

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El yerro y el acierto son la misma cruz de una sola moneda equivocada: su reverso (que, por cierto, no da nunca la cara) no conoce de agravios ni de méritos, pero es el único que manda. El diseño invisible del destino aún no conoce tribunal que lo evalúe—la traza que subyace a los caminos ignora al cartógrafo que la saque a la luz.

Escrito por JoséLuis a las 23 de Septiembre 2004 a las 01:48 PM