8 de Septiembre 2004

LLEGAN LOS FRÍOS

Llegan los fríos (pues no es uno, sino múltiples: sólo el calor reúne lo que su ausencia ha dividido). Por las ventanas penetra el anuncio de la estación: una cuña de aire por donde se escapa el solsticio. Caen lentamente las luces: amanece cada día más tarde a quien Dios le ayuda y, para el noctámbulo, anochece más temprano. Dudan un tanto las ropas: unas se alargan y otras permanecen cortas (la piel ignora la común sensibilidad). Flirtean las hojas con la vertical, mientras la acera se apura en trenzar con ellas una alfombra. El fragor es creciente: los niños juegan a perder la compostura, el camión enmudece el desorden colectivo, se abrevia la paz hora tras hora, no hay nombres para aliviar este caos descendente (sólo adjetivos).

Pronto –a lo sumo, un par de meses–, el orbe girará en redondo y volverá la desnudez a ocupar su antiguo sitio: el del extremo rugiente, sin mezcla ni vaivén, pura esencia concentrada en su ser sólo de un modo. El invierno es lo que tiene: no acepta el clásico tejemaneje de ahora vas y luego vienes. En cambio, al otoño le gusta negociar: cada día se extiende la moqueta donde se reformula el valor exacto de la temperatura real. Hoy aceptas, por ejemplo, lo que mañana vas a rechazar. Se trata, en puridad, de una protesta silente: la duda otoñal refuta la humana pretensión de durar en un estado.

Así que, yo lo celebro: que dure la indecisión entre el sol y su adversario, que los bordes se redondeen y yo pueda verlo. Pues ya habrá tiempo sobrado para cortarse la piel con los cantos vivos del año: de momento, a este fresco septiembre yo me aferro. Que los filos fieros de la identidad permanezcan al margen. Yo prefiero lo ondulado.

Escrito por JoséLuis a las 8 de Septiembre 2004 a las 01:45 PM