21 de Julio 2004

Me contradigo, luego existo

Si me contradigo es porque existo: yo soy del orden de la vela, adaptable en guisa líquida pero rocoso cuando me confío. Por eso no ha de extrañarte si tiendo siempre a mis antítesis: ellas pondrían fin a mis éxodos ulteriores, de poder alcanzarlas (porque no puedo: eso está visto). Aun así, basculo y me refuto, eufórico de trascender mis encarnaciones mundanas: en ellas yo me libero de la necesidad de mostrarme, pues en su evidencia voy oculto, y me reservo.

Si digo lo contrario de lo que dije ayer, es que muevo pieza sin cambiar de juego. Sería feo repetirme, ¿cómo podrías asegurar que no hay detrás otra persona, suplantándome y haciendo de mí? La lealtad en la custodia de las identidades no es mi fuerte: yo soy fluido, magmático y fácilmente maleable, así que la congruencia la veo como un pecado de lesa humanidad. ¿Ves? ¿Me ves? Mejor me sueñas: en las visiones oníricas, la imprecisión cobra esencia de certeza.

Doy la cara y parezco definido, pero en realidad estoy mutando. Reblandezco los límites que me contienen con cada opinión que profiero, empiezo a pensar que me equivoco en el mismo momento en que comulgo con mi propia idea.

Odio las lanzas implícitas en la convicción. Aborrezco la firmeza. En la ética y sus verdades estables hay mucho de cristal soplado al azar y luego recocido.

No me dan miedo los caimanes que amenazan cada vez que abro una puerta.

Será por eso que no me importa levitar, si es para alejarme de todo esto y acercar mi globo al meteoro de tu pupila (metáfora redomada de la titilación).

Escrito por JoséLuis a las 21 de Julio 2004 a las 08:41 PM