Tras una noche demasiado fría, un día demasiado cálido. Siempre es lo mismo: abundancia indeseada, falta de relación entre lo pedido y lo entregado, desajuste sustancial debido a qué.
Para cuándo la anuencia, el no tener observaciones, encajarse en lo existente sin falta ni sobre, abundar.
Para dónde el equilibrio resultante de la paz de los contrarios, fruto de la impugnación de las aristas, fruto a su vez del imperio de la esfera sobre las vagas aspiraciones del plano inclinado.
Escucho los compases iniciales de una obra para órgano y ya no sé si yo soy el que recibe o más bien el que está dando, tanta es la carencia que traslucen los tubos y su contenido pleno de aire.
Hace más calor a cada instante, y la balanza parece que está a punto de claudicar (ella, la gran aguja neutral, la petenera).
Asciendo por los canales del aire acondicionado, a ver si doy con la fuente helada que se eleva por encima de la canícula, esa misma a la que apelo cuando a medianoche me asaltan el temor y los tiritones uno siempre aspira a lo que le falta.
Me paso así las semanas, trepando y descolgándome por la asíntota de las sensaciones primarias, oscuro en mi adentro, tramando el golpe que me ha de llevar muy lejos, ni al Polo ni al desierto: a un espacio muy templado (que no tibio: eso es distinto) donde no faltará ni sobrará nada, pues la temperatura ideal la impondrás TÚ, mi barómetro interior, mi equilibrada.
Escrito por JoséLuis a las 19 de Julio 2004 a las 02:06 PM