Cenizas, ¿de qué luto? Despertar, ¿en qué vida?
(L.ROSALES, Diario de una resurrección)
I
Dicen que estabas muerta y has resucitado. Los muy necios llaman vida a que comparezcas ante ellos y hables, llaman verdad a que te entiendan aunque lo que dices sólo puedo comprenderlo yo, el práctico de tu puerto a oscuras.
Vuelves a la casa común en busca de una voz que es sólo tuya y de un espejo que es sólo mío, y graznan las aves del agüero equivocado: han vuelto a confundir tu don esquivo con una regalía, han errado el tiro otra vez. A ti, diana móvil, no ha nacido aún quien te acierte entre las cejas.
II
Has hablado.
Cualquiera, en mi lugar, se conformaría con lo dicho, o a tus palabras le inventaría una entraña para poderlas desventrar.
Cualquiera se habría dado por haíto con la mitad de los verbos que conjugas en público y un tercio de los nombres que me atribuyes en privado.
Cualquiera, con mis coturnos y mi cota de mallas y mi amplio historial exegético, afilaría el canto con el que me doy en los dientes cada vez que te vuelves y abres un hueco en la luz y viertes en ella el quicio de tu desafio incongruente (desmedido por falta de raíces, inteligente por obligar a los hechos a comparecer y comer en tu mano abierta con los dedos apretados).
Cualquiera, pero no yo.
Yo no he venido para interpretar (no es tu signo lo que anhelo), sino para esclarecerme (es tu presencia, es el clamor de tu sombra cada vez más precisa e imponente).
III
La vida está en otro lado, o en este lado pero contradiciéndose a cada momento, o en todas partes aunque desecha en proyectos y en rencores y en quimeras que no acaban de coagular o que, si lo hacen, se rompen cuando cristalizan.
La vida que, a borbotones, se derrama por doquier no es la que queremos: ella necesita un ancla entre travesías, ella exige alas cuando los pies empiezan a hundirse en la arena movediza de lo evidente, ella pide más o menos cuando le damos menos o más, la siempre cambiante, la irresoluta.
La vida se refuta a sí misma justo en el momento en que empezaba a adormecerse, creyendo que lo había era la totalidad de lo existente. Claro, aún no sabía que le faltabas tú hasta que apareciste y se dio por informada. Mírala ahora: volcada hacia afuera, suspendida en el vacío, llamándote y desmintiéndose, pobre rata sin dientes, no tiene aún dónde roer.
Escrito por JoséLuis a las 30 de Junio 2004 a las 12:41 PM