17 de Junio 2004

TORMENTAS CEREBRALES

De este río de montaña donde el agua arrastra oro, yo apenas consigo extraer un triste polvo amarillo, arenas que brillan con un ocre prestado por el sol, promesas desvaídas, esperanzas romas. De este cauce que amaga el tesoro antes de asestar su golpe, yo sólo pretendo beber la gota, el punto licuado, cierta reflectancia tal vez crespuscular, salvífica empero en su ironía destilada y poco soez.

[...]

¿Qué esperas de la grieta que se abre en la muralla gris? Sabes por experiencia y saber por adivinación que volverá a plegarse sobre sí misma y quedarás otra vez fuera, fuera de su abrazo y lejos de su agresión: serás nadie de nuevo, avejentado e insulso como el que más —tú, tú que la pared escarnecías y ahora pereces bajo el filo de la espada.

[...]

Y cuando la barca se desequilibra abiertamente hacia un mismo lado (el contrario siempre) y los remos caen al agua y el timón alabea y las olas amenazan con tragarse todo lo que antes escupieron. Y cuando la travesía se vuelve incierta porque no se ven las costas, y no se conoce el término de la exploración. Y cuando los mares parecen menguar hasta la categoría de tormentas cerebrales —dudosa existencia, la del exterior abierto a la navegación. Y cuando el viento amaina y las velas se desinflan y el motor, el motor renquea, incapaz de mostrar oposición ante la flacidez universal. Y cuando tú lo miras todo como a distancia, y lo oyes todo con la sordina que impone la experiencia acumulada, y recelas de lo que viene por mor de lo que fue. Y cuando acaba el mundo en sus trece poco gloriosas, tú aún conservas la escafandra para pensar en la alternativa, tú apuestas todavía por la meta sacrosanta: la de la inmersión.

[...]

Si tú hubieras visto caer los eucaliptos a mediodía y al rascacielos desplomarse. Si recordases como yo los grandes nombres postrados, no cuando ascendían sino al final, en plena caída vertical e insomne. Si en la retina las aguas no se hubieran congelado justo cuando prometían lavarla y conducirla hasta el umbral de la primera unción. Si retuvieses mi visión del mundo en retroceso, de las llamas consumiéndose, del ser admitido en el orco de la depauperación, NO LLORARÍAS, no de ese modo apolíneo y desvinculado al menos. En tu asistencia yo encontraría una anuencia que, sin embargo, no veo. En tu afán por socorrerme traspasaría —nexo cierto contra la sofocación— la conciencia común de estarse muriendo, y no hacer nada por evitarlo.

[...]

Es falso cualquier destino que te aparte de tu ausencia de destino. Miente toda ubicación donde tú (el gran descolocado aquí, e inserto en otro lado) pudieras hallar el acomodo. Para dar con tu posición exacta en el mapa, y poder determinar la ruta en consecuencia, te falta el saber de los extremos. Todo es en vano, cuando se ignora por derecho el límite claro de lo que somos. No es de recibo, esa inscripción hecha de espaldas a la conciencia que desconoce su raíz, y su coda.

[...]

Han bajado las temperaturas, pero se ha invertido la expectación. El proceso de cocción permanece en suspenso: de una lengua de llama depende que prosigas tu transformación en cuerpo celeste o regreses, de nuevo, al estado de masa amorfa.

[...]

La mano ya no sostiene, ni es sostenida. Poco a poco se guarecen los dedos en un puño que (olvillo replegado en demasía) ni puede golpear, ni te defiende. Lo que fue tu arma de conocimiento —la impactación, la caricia—, deviene paupérrima coraza, e ineficaz.

[...]

Llevo mal, no el acto mismo de envejecer, sino sus efectos amortiguados: la general desatención, una conformidad malsana (pues no exulta, sino que se endurece), el lento y capilar acomodamiento a cuanto hay, cierta tendencia al retroceso, a defenderse —tú, el ariete de otros tiempos—, a evaluar lo que fuiste al alza y a la baja alternativamente. Llevo mal, el saber que esto se acaba y no hago nada por reanimarlo: el cuerpo reverdece; el sueño, no.

[...]

El líquido que llamaste traslúcido, ahora te parece, simplemente, incoloro.

Escrito por JoséLuis a las 17 de Junio 2004 a las 01:25 PM
Comentarios

José Luis,

Leer tus textos es como asomarse a un cielo tormentoso para ver con maravilla cómo los nubarrones desaparecen y el sol brilla de nuevo.
Yo lo llamaría: Escritura del Esclarecimiento

No pares de deleitarnos

Escrito por María del Carmen a las 17 de Junio 2004 a las 10:49 PM
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