Soy un gran compositor, tal vez, pero un pésimo pianista. Esa música que, según dicen, reproduce la de las esferas y yo transcribo, jamás he podido ejecutarla con mis propias manos. La cascada de notas que me asalta frente al papel pautado, no la puedo trasladar al teclado ni en los momentos más fértiles de mi inspiración: la melodía que en el papel fluye tersa y natural, entre mis torpes dedos se desbarata. Así, me ocurre que vivo desgarrado entre la intuición de una armonía tan sólo oída en mi cabeza (como una hipótesis clara, pero sin cuerpo) y la realidad de una versión pobre y degradada, la única que yo soy capaz de interpretar.
Gracias a Dios, el mundo anda sobrado de excelentes pianistas. A ellos me consagro. Faltos de la espuela de la creación en el flanco, su habilidad cobra impulso en la de los demás. Son los mensajeros de la música: sin ellos, mi obra permanecería suspendida en un ámbito virtual, abstracta y reseca. Por las manos de mis amigos, los concertistas, yo me siento (dichosamente) tan sólo medio compositor: la otra mitad de mi genio, con sumo gusto a ellos yo se la cedo.
Escrito por JoséLuis a las 10 de Mayo 2004 a las 12:15 PM