Un clavo saca otro clavo saca otro clavo saca otro clavo. Pero, en la espiral de la refutación, vence el dueño del martillo.
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Sólo me seduce lo extraordinario que se produce de manera ordinaria, es decir: sin énfasis ni aparato, con la naturalidad de un seísmo y su ola subsiguiente.
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El primer paso es el único que damos; los demás, nos vienen dados.
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Se contempla el Hombre Invisible en el espejo y, sorprendido ante lo que NO ve, exclama: ¿quién se ha llevado mi imagen?
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Con idéntica premura se suceden en la red la pregunta y la respuesta, el estímulo y la reacción. Aceleradamente se dirigen ambos hacia la nada original, satisfechos apenas por una leve sombra de gratificación.
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¡Embriagaos! Bonita conminación a la batalla que apenas puede llegar a entender el buen samaritano.
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Fue encontrar apolíneos interlocutores válidos y cesar en la muy dionisíaca práctica del soliloquio.
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La vela y el lápiz, dos materias y una sola lección: que toda iluminación le supone un enorme gasto al genio de la lámpara.
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Mañana de Reyes. Ruido de envoltorios rasgados y cajas que revelan su contenido. Los gritos que se oyen son los de los falsos magos, encantados con la eficacia de su propio sortilegio. El niño no le opone, a su emoción, ninguna banda sonora.