Se paga muy caro ser inmortal: es preciso morir muchas veces mientras se vive (NIETZSCHE).
Como Billy Budd en un bajel de bucaneros, navega el desmemoriado por un mar de recuerdos ajenos. Para mutar de víctima propiciatoria en verdugo espurio, tendrá que recurrir rapto lúcido contra mecánica develación a la estrategia del suplantador.
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Con flases momificamos al prójimo siempre inédito: el juicio sumarísimo de un momento en claro le condenará, en lo sucesivo, a una ritual indefensión.
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Empezar cada día desde cero, ¡qué digo!, a cada instante. Liberarse del empujón del antecedente se convierte en la condena (y no en la expiación) única y exclusivamente si le implantamos un fin a la errancia, un norte, una dirección. De no admitir puerto alguno de destino, podría uno navegar
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El curso de los acontecimientos lo determinamos nosotros con una sola decisión soberana
a la que le sucede una larga cadena de consecuencias esclavas.
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El tiempo existe, pero nosotros lo vivimos al revés.
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Como Edipo, somos reyes tuertos al que sólo un ciego colocará en su lugar.
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Una películauna bobina: la vida, visionada a contrapelo de su significado real.
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Remonta el salmón el curso del río sólo para plantar la semilla que le ha de conducir (a él o a otro: aquí habla la especie) justo hasta el mismo sitio.
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Para escapar a la claustrofóbica imperiosidad del puro presente, debe uno desdoblarse: proyectando el yo que no acumula hacia un él todo avaricia.
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El presente es trivial y lo apunto en jodidas notas. Pero trascender lo inmediato conduce al crimen, ES el crimen.
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Como un PC tonto, el puro se autoimpone el atenerse a lo que hay. En cuanto aspira a coronar una cima cualquiera, se despeña y pierde pie sin poder ganar a cambio la conciencia de caída.